Entre los numerosos proyectos que, en la década de 1950, buscaban convertir a la capital cubana en un emporio turístico se encontraba la Terminal de Helicópteros de La Habana.

Algunos han llegado a afirmar que fue todo una gran fantasía en la cabeza calenturienta de sus promotores y que no tenía sentido imaginar siquiera algo así.

Terminal de Helicópteros de La Habana

Sin embargo, la Terminal de Helicópteros de La Habana, no fue ninguna fantasía o embuste, sino un proyecto consolidado, con mucho dinero detrás, que, de hecho, llegó a materializarse.

La razón social bajo la que operaba la empresa se denominaba «Terminal de Helicópteros SA» y estaba presidida por Vladimir Kresin, quien falleciera el 18 de enero de 1958 sin poder echar a andar el negocio, debido, sobre todo, a los cambios políticos que de manera vertiginosa estaban ocurriendo en el país.

Para la construcción del edificio – terminal que, además, incluiría oficinas, los promotores arrendaron al Banco Nacional de Cuba, por 50 años, los terrenos que antaño ocupara el desaparecido Convento de Santo Domingo, en la manzana conformada por las calles Obispo, San Ignacio, O’Reilly y Mercaderes.

El Banco Nacional se había adjudicado el terreno por un precio de $323 956 tras el derribo (en una burda operación completamente especulativa que indignó a la opinión pública) del añejo Convento de Santo Domingo, que albergara la sede de la Universidad desde su fundación.

Terminal de Helicópteros SA comenzó entonces a construir el nuevo edificio, que se terminó de construir después del triunfo de la Revolución y cuyo costo superó los dos millones de pesos.

A pesar del interés del gobierno cubano por continuar con el proyecto, la desaparición del turismo norteamericano y la prohibición de los casinos y el juego (al que estaba asociado un proyecto de lujo como la Terminal de Helicópteros de La Habana) provocaron que los promotores perdieran todo interés en el proyecto y el enorme edificio quedó abandonado.

Desde eentonces se le destinó a los más diversos usos, pero, como norma, se le consideró un «elefante blanco», cuyo aspecto «oficinesco» contrastaba, además, negativamente, con el entorno donde se encontraba enclavado.

Por esas razones, algunos, sugirieron demolerlo. Sin embargo, la Oficina del Historiador de la Ciudad intervino y adaptó el edificio para que sirviera de sede al «Colegio de San Gerónimo», dependiente de la Universidad de La Habana.