A Felipe Fondesviela y Ondeano, mucho más conocido como «Marqués de la Torre«, le bastaron los seis años de su gobierno en Cuba para transformar La Habana de una ciudad primitiva y cochambrosa a una urbe orgullosa y moderna.

Llegó a La Habana el Marqués de la Torre en el año 1771 para suceder al Conde de Ricla, quien, como gobernador, había centrado todos sus esfuerzos en reconstruir las fortificaciones destruidas por el ataque inglés de 1762 y construir otras nuevas que convirtieran a la ciudad en una plaza, sino inexpugnable, al menos bien difícil de atacar.

Marqués de la Torre: El Reformador

El Marqués de la Torre apreció, apenas bajarse del barco, que el estado general de la Isla era calamitoso, y el de La Habana en particular dejaba mucho que desear para una ciudad que se preciaba de ser la puerta de entrada del imperio colonial español.

Libre, en buena medida, de los esfuerzos de su predecesor gracias al avanzado estado de las obras de fortificación, el Marqués de la Torre pudo emprender el primer plan general de obras públicas del que se tiene noticias en Cuba.

Alameda de Paula construida por el Marqués de la Torre
Alameda de Paula

De este plan se beneficiaría toda la Isla, en la que se elevó el nivel y la calidad de vida de sus habitantes, pero fue particularmente notable en La Habana, donde el gobernante español volcó sus mayores esfuerzos.

Comenzó por implementar el alumbrado de las calles y los edificios públicos, con lo que se extendió la actividad de la ciudad a las horas nocturnas y disminuyó la criminalidad; construyó la Alameda de Paula, el primer paseo con que contó la ciudad; y comenzó la edificación del Palacio de Gobierno frente a la Plaza de Armas, pues hasta entonces los encargados de los destinos de Cuba habían residido en La Fuerza, un castillo centenario sin muchas comodidades.

Al mismo tiempo que engrandecía La Habana, el Marqués de la Torre velaba porque llegara a buen puerto el legado de su predecesor. Así, bajo su gobierno, se concluyeron las fortalezas de la Cabaña y Atarés; mas, no contento con esto inició la construcción del Castillo del Príncipe, que cerró definitivamente el circuito defensivo de la ciudad.

Hacia la grandeza de La Habana

Proyectó además el Marqués de la Torre, la Plaza de Armas y el Paseo de Extramuros, que luego sería conocido como Paseo del Prado, y prohibió la existencia, dentro de las murallas de casas de guano que no sólo daban un aspecto deprimente a la ciudad sino que eran causa de frecuentes y devastadores incendios.

Esta última medida tuvo un carácter eminentemente urbanizadora, pues La Habana comenzó a llenarse de casas de mampostería y grandes palacios en los espacios que se iban desocupando.

Teatro Principal

Por su parte, los vecinos pobres que hasta entonces habitaban los bohíos, fueron desplazados por la orden y se vieron obligados a asentarse fuera del cinturón defensivo de La Habana, en los llamados barrios marginales de «Jesús María» y «La Salud».

Poseedor de una visión integral sobre cómo debía funcionar una ciudad moderna, el Marqués de la Torre se preocupó porque mejoraran las comunicaciones de La Habana con su comarca circundante. Así, mejoró los caminos y construyó puentes sobre ríos y arroyos que antes, en tiempos de lluvia, se volvían intransitables.

A juicio de la arquitecta Felicia Chateloin el gobierno del Marques de la Torre (1771 – 1776):

«(…) logró establecer un régimen de prosperidad que levantó el nivel de vida de la colonia (…) levantó puentes, fundó pueblos fuera de La Habana, arregló caminos.»

Cheteloin Felicia. La Habana de Tacon. Editorial Letras Cubana. La Habana. 1989.

Bajo su administración mejoraron, además, los negocios porque supo hacer buen uso de los «situados» y la paga de las tropas necesarias para la salvaguarda de las nuevas fortificaciones dinamizó el comercio. Con el apoyo del Marqués, el azúcar cubano comenzó a entrar libre de aranceles en España y más de 200 barcos anuales visitaban el Puerto de La Habana.

El 20 de enero de 1775 inauguró el teatro Coliseo, a la entrada de la flamante Alameda de Paula, que fue la primera gran instalación de su tipo en Cuba y dinamizó la vida social y cultural de la ciudad.

Dos años después llevaría a cabo el primer censo de población en casi tres siglos de dominio español en Cuba, el cual arrojaría una población de 96 480 blancos y 75 190 negros, de los cuales 44 300 eran esclavos.

En ese mismo año 1777, para consternación general de los habaneros, el Marqués de la Torre entregó el mando de la Isla a su sucesor Diego José Navarro García de Valladares y partió hacia España….

«(…) llorado a su partida por todos los que experimentaron el suave influjo de su gobierno. »