José María de la Torre y de la Torre nos legó algunos de los más valiosos libros de historia y costumbre de La Habana del siglo XIX, en particular el excelso Lo que fuimos y lo que somos: La Habana antigua y moderna, originalmente publicado en 1857 pero reeditado en 1913 gracias a la COLECCIÓN CUBANA de libros y documentos inéditos del Dr. Fernando Ortíz.

Otros historiadores antes de José María de la Torre como Félix Arrate (La Habana-Llave del nuevo mundo. Antemural de las Indias Occidentales), Ignacio José de Urrutia y Montoya (Compendio de Memorias para Servir a la Historia de la Isla Fernandina de Cuba) y Antonio José Valdés (Historia de la Isla de Cuba, y en especial de La Habana).

Estos historiadores se habían concentrado en dar una estructura histórica detallada de la Isla de Cuba, pero sobretodo de La Habana, la diferencia con respecto a la obra de de la Torre radicó en la intención genuina que este tuvo de escribir su «opúsculo» con la mayor facilidad posible, plasmando en este algunos detalles casi perdidos por no haber sido registrados más allá de las bocas de los vecinos más antiguos de la barriadas habaneras.

El deseo que movía su obra queda descrito en el prólogo:

Es de advertir que nuestro objeto en lo que ahora publicamos se ha limitado a indicar la parte curiosa de la historia de esta capital, y principalmente el ¿por qué? de sus accidentes y nombres topográfico^, como ¿ cual es la razón v. g. de que tal calle sea torcida, cerrada, o mas ancha que otra?, ¿de dónde procede su nombre?, ¿cuándo y por quién fue fundada esta plaza, iglesia, fuente, etc., etc.? circunstancias que ocurridas la mayor parte de las veces sin plan ni concierto, excitan naturalmente la curiosidad de propios y aun de extraños.

Prólogo de Lo que fuimos y lo que somos: La Habana moderna y antigua.

José María de la Torre y de la Torre

Varios hechos fatídicos marcaron la existencia de este genial escritor, geógrafo, historiador y pedagogo nacido en La Habana un 1 de septiembre de 1815. Siendo muy joven quedó huérfano (era hijo de don José María de la Torre y Doña Monserrate de la Torre) sin que trascienda el suceso que desencadenó tan triste situación, quedando su tío, el Coronel Antonio María de la Torre y Cárdenas (a quien dedicará varias obras en el futuro) al frente de su educación y cuidado.

Esta desgracia le permitió al joven José María de la Torre tener acceso a uno de los más amplios y cultos ambientes posibles de aquella Habana (durante espacio de 20 años su tío ocupó altos cargos en el gobierno de la Isla), cuestión esta fundamental para que el indudable talento y genialidad del futuro historiador encontrase las condiciones idóneas para desarrollar su obra.

Uno de los hechos más conocidos vinculados con la infancia de José María de la Torre sería las notas de admiración que aparecieron en varios periódicos habaneros de 1826 en los cuales se aplaudía su precocidad para aprender el alfabeto castellano. Siendo, nada más y nada menos, que el insigne Francisco de Arango y Parreño, quien por intermedio de Esteban Navea (director de la escuela lancasteriana de la Sociedad Económica de Amigos del País) tuvo conocimiento de los dones del infante, el encargado de publicitar dichas hazañas.

Pese a estudiar latinidad, retórica, filosofía, física general y jurisprudencia en el Real Colegio Seminario de San Carlos (asistiendo a las clases del ilustrísimo José Agustín Govantes) no llegó a recibir el grado de derecho hasta el lejano 22 de abril de 1841, estando ya constituida la Real Audiencia Pretorial de La Habana.

Precocidad y reconocimiento

Con el magnífico* Mapa de la isla de Cuba y tierras circunvecinas, según las divisiones de los naturales y las derrotas que siguió el almirante don Cristóbal Colón en sus descubrimientos, y los primeros establecimientos de los españoles para servir de ilustración a su historia antigua, publicado en extracto en 1833 y luego ampliado en 1837, consiguió ser incluido en la Sociedad Económica de Amigos del País en calidad de individuo de mérito.

Tenía entonces 22 años y había recibido uno de los mayores méritos que un académico podía recibir en la Isla de Cuba, en aquel momento el simple título de socio era solicitado con empeño por los miembros más ilustres de la sociedad cubana recibiendo largas dilataciones en los procesos de concesión.

No sería este el único mérito personal que recibiría puesto que a lo largo de su vida perteneció a la Academia de Historia de Madrid, y a las Sociedades de Geografía de Londres y París, Etnografía de Nueva York y Anti­cuarios de Copenhague gracias al dominio que tenía del inglés, el francés y el latin.

Años más tarde la prensa de la época volvía a hacerse eco de las gestas del precoz José María de la Torre. Serían el Noticioso y Lucero del año 1841 los que una vez publicado el texto por la propia Sociedad reseñarían sobre el mismo:

«El mérito de la obra no está al alcance de todos. Es preciso meditar las dificultades que vence ‘el hombre de estudio, que revolviendo el polvo de tres siglos, restablece las divisiones territoriales de un pueblo que no existe. Bajando nosotros la consideración a este ímprobo trabajo, apenas hemos podido comprender tal constancia de observación,
de examen, de pesquisa en una imaginación juvenil.

No, no es esta la obra ordinaria de la juventud. Y el mérito del señor la Torre es aún mayor, si reflexionamos que, ilustrando la historia de esta Isla, rectificando errores y resucitando datos olvidados, facilita el camino de las investigaciones a los hombres de letras que se ocupan de la historia del Nuevo Mundo.»

Un hombre reservado, una mente privilegiada

Dichas palabras podían replicarse para su siguiente gran obra, aunque a diferencia del anterior mapa, Lo que fuimos y lo que somos: La Habana antigua y moderna, tendría un interés más informal que el anterior libro geográfico-histórico, -aunque el autor incluyese en el libro dos de los mapas más reconocibles del período cubano (además de otras imágenes que insertó en posteriores reediciones, 1847 y 1856, de algunos elementos de la vida cotidiana de la época).

Mapa de lo que fuimos y lo que somos 1857
Mapa del libro Lo que fuimos y lo que somos: La Habana Antigua y Moderna

Fue activo colaborador del ilustre periódico literario La Siempreviva donde comenzó a realizar un estudio sobre las primitivas poblaciones de esta Isla y costumbres familiares de sus moradores, que no llegó a terminar pero que sirvió para cuantificar la profundidad de los conocimientos geográficos e hitóricos que atesoraba sobre la Isla de Cuba.

No debe extrañar que tras la reforma de los estudios universitarios que se ejecutó a propuesta del Capitán General Jerónimo Valdés en 1841 fuese nombrado al frente de la cátedra de geografía e historia de la facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana (ubicada entonces en el antiguo iglesia y convento de San Juan de Letrán.

De sus conocimientos de geografía quedan pocas dudas. Íntimo amigo de Esteban Pichardo, padre de la geografía patria, fue siempre alguien lejano de los clubes de intelectuales. José María de la Torre careció de esa facilidad de palabra necesaria para calar en los contemporáneos.

Pese a ello historiadores como Jacobo de la Pezuela usaron sus mapas y datos para sus obras impresas en Madrid dando reconocimiento internacional a la obra del habanero, llegando sus mapas a ser impresos por el reconocido J.H. Colton para su catálogo geográfico americano.

Lo que fuimos y lo que somos: La Habana antigua y moderna

Antes de mencionar su libro más conocido debemos resaltar el aporte a la agricultura que aportó José María de la Torre quien gracias a una beca de la Junta de Fomento viajó durante los años 1849 y 1850 por los países más civilizados de la época para recabar información sobre los adelantos más importantes de la época.

El gobierno de la Isla ya le había confiado con anterioridad varias obras (los Nuevos Elementos de Aritmética, la Tabla de cuentas, Elementos de Gramática Castellana, Reglas de urbanidad, moral y buenas maneras, el Libro de las niñas de la Isla de Cuba, el Calígrafo universal y otras) con la finalidad de convertirse en libros de consulta de los colegios del país.

José María de la Torre

Sobre esta excursión, y la memoria escrita por José María de la Torre, el eminente don Antonio Bachiller y Morales,
entonces director del Faro Industrial, escribió tres extensos artículos sobre los benéficos resultados de la investigación.

En 1853 fue nombrado vocal de la Junta de Fomento para el establecimiento del sistema métrico decimal en la Isla de Cuba, lecciones que ya había difundido por medio del mencionado libro Tabla de Cuentas que publicó en 1849, en este año también fu designado para el cargo de Secretario de la Inspección de Estudios.

En esta década de 1850 alcanzó las más altas distinciones posibles, cristalizadas en el nombramiento (1863) como Caballero de la Real Orden de Isabel la Católica, gracias a las recomendaciones del historiador Pezuela.

Sin dudas el libro que terminó de consolidar a José María de la Torre entre sus contemporáneos, pero sobretodo en la historiografía nacional, fue el mencionado Lo que fuimos y lo que somos: La Habana antigua y moderna (dedicado a Bachiller y Morales), en el cual consiguió deshacerse de los arquetipos lingüísticos que otros historiadores clásicos usaban para crear una obra «amena, instructiva y apreciable» como consignaba la memoria del año 1857 de la Sociedad Económica de Amigos del País.

De los méritos de este erudito dan cuenta los grandes elogios que le profesaron los ilustres historiadores de su época. Desde Felipe Poey -quien en su Geografía de la Isla de Cuba (1839) le agradece la ayuda con los nombres antiguos y noticias históricas-, pasando por los ya mencionados Bachiller y Morales, Pichardo, Pezuela, Ramón de la Sagra -quien en las memorias correspondientes a su viaje a Cuba, publicadas en 1861 en París, se declara deudor de multitud de importantes documentos para sus obras anteriores, haciendo referencia a de la Torre– hasta llegar a estas palabras del historiador costumbrista Anselmo Suárez y Romero:

«Don José María de la Torre es una excepción a nuestra desidia. Pocos tendremos su paciencia para registrar archivos y bibliotecas. Si al narrar los acontecimientos en la cátedra de historia, jamás exalta el ánimo a sus alumnos con reflexiones graves, respecto de nuestra geografía, de nuestra cronología, de nuestra estadística y de nuestras antigüedades, ha acumulado noticias importantes, cuya defectuosa exposición no es un obstáculo para que los mismos le niegan todo mérito, se aprovechan a cada paso de sus trabajos.»

La última fatalidad

En nuestro siglo de las luces nacional durante el cual se toma conciencia de la identidad cubana, figuras como José María de la Torre no pueden pasar desapercibidas. Su capacidad para acaparar varios campos investigativos y el rigor científico con el que abordó sus textos reflejan el estupor que supuso su deceso. Varias revistas y periódicos le dedicaron elogios, pero la Isla de Cuba, envuelta en los años más complejos de la primera de sus guerras por la independencia, no comprendió la proporción de la pérdida ocurrida.

Con este soneto terminaba su obra más conocida José María de la Torre

Sería otro historiador, Vidal Morales y Morales, quien en la Revista Cuba (30 de noviembre de 1877) realizaría un amplio bosquejo de su vida y obra. De dicho artículo extraemos la siguiente cita que intenta hacer justicia al geógrafo e historiador habanero:

A fines de Diciembre del año 1873, a bordo del vapor correo español Guipúzcoa, en su travesía de Cádiz a la Habana, y ya muy próximo a la ciudad de San Juan de Puerto Rico, falleció repentinamente a los cincuenta y ocho años de edad, víctima de una apoplejía serosa, un distinguido cubano, cuyo nombre es generalmente conocido : el señor Don José María de la Torre y de la Torre.

Apenas existirá un natural de la isla de Cuba, perteneciente a esta generación, que no haya empezado a balbucear las primeras letras en sus populares textos y que no conserve un grato recuerdo de su memoria. A la circunstancia de haber coincidido su inesperada muerte con la llegada a Puerto Rico del vapor mencionado, se debe que sus mortales restos no descansen en el fondo del mar Caribe, pues así fue posible que hallaran reposo eterno en el cementerio de aquella ciudad.

Don José María de la Torre y de la Torre, sobresalía entre los hijos de este país, como geógrafo, estadista, anticuario y propagador de la enseñanza.


*- Dicho Mapa aborigen resultó un gran paso de avance en la época, pero el propio José María de la Torre le restó validez a sus estudios, y ya a finales del siglo XIX se consideraba obsoleto y en desuso por los historiadores.