Fernando Arizti, uno de los grandes pianistas cubanos del siglo XIX, nació en La Habana el 11 de octubre de 1828. La natural afición de su madre, francesa de nacimiento, a las artes liberales fue la que realmente le llevó al cultivo de la música y a la edad de siete años comenzó sus estudios bajo la dirección del excelente profesor de rudimentos Agustín Cascantes.

De manos de este pasó a las de Eneas Elías, maestro concertador entonces de la Gran Compañía Lírica que trabajaba en la ciudad y con el que hizo rápidos avances. Continuaría su formación con el gran pianista francés Juan Federico Edelmann, que recién se había establecido en La Habana, el que le introdujo en los autores clasicos.

El «niño Arizti» como le llamaban en aquella época los periódicos de la ciudad, alcanzó gran celebridad en La Habana, figurando en algunos conciertos que tuvieron lugar en la Sociedades «Santa Cecilia», «Filarmónica» y «Habanera». Finalmente, se presentaría con gran éxito en el Teatro Tacón, con motivo de una fiesta que se destinaba a la Casa de Beneficencia, lo que convencenría a la familia de la necesidad de que el niño continuara su formación en Europa.

Fernando Arizti – Pianista

En la primavera de 1842 – con el apoyo de su maestro Edelmann – Fernando Arizti marchó a París, donde fue aceptado en la clase de Friedrich Kalkbrenner, uno de los primeros maestros de piano del mundo, quien sólo admitía alumnos que poseyeran un talento excepcional. Arizti comenzó su curso en el mes de octubre de ese mismo año 1842 y un año después, como le había sucedido al también habanero Pablo Desvernine, se encontraba entre sus discípulos predilectos.

Terminada su educación artística, Fernando Arizti realizó un viaje a Madrid. En la capital española levantaría aplausos y ovaciones en los conciertos públicos y privados que organizó en compañía de su paisano Desvernine.

De Madrid se dirigió al país vasco, tierra natal de su padre, y en 1848 regresó a La Habana donde ofreció sendos conciertos en el Liceo habanero y la Sociedad Filarmónica.

A partir de entonces las apariciones públicas de Fernando Arizti se hicieron muy raras, pues se dedicó a la enseñanza del piano, despreciando la vida nómada del concertista. Entre su selecta clientela se contaron algunas damas que llegaron a ser notables aficionadas como Manuela Sotomayor, Marquesa de Cervera; Francisca Hernández; María Machado o María de los Ángeles Soberón, cuya prematura muerte afectó profundamente a Fernando Arizti.

Sin embargo, la más aventajada de sus discípulas sería su propia hija Cecilia Arizti Sobrino, nacida el 28 de octubre de 1856, la que se convertiría en una notable compositora, pianista y pedagoga.

Poco dado a la composición, dejó sólo, que se conozcan, una fantasía para piano y una melodía de violín, que el mismo despreciaba, llamándolas «simples bagatelas».

Entre sus extraordinarios contemporáneos pianistas, entre los que se encontraban figuras de la talla de Manuel Saumell y Pablo Desvernine, ninguno superaba su pulsación exquisita que hacía que las teclas entre sus delicadas manos parecieran de cristal.

Fernando Arizti falleció en La Habana el 23 de abril de 1888 y con el perdió Cuba uno de sus mejores pianistas.

El tribuno y orador Manuel Sanguily, recordando la influencia que tuvieron en la formación de su carácter el padre vasco y la madre francesa, lo recordaría con las siguientes palabras:

«Era un trozo de granito pulimentado como un diamante. Su firmeza tenía que ser inquebrantable; pero aquella piedra de la honrada Cantabria estaba siempre oculta, disimulada y embellecida bajo un manto de finísimo encaje. Para cumplir su deber, para ser inalterablemente honrado, era siempre firme y sólido como el hierro; pero en aquella naturaleza constante, en aquella austeridad puritana, cual la de un discípulo de Calvino, o uno de esos Padres Fundadores que vinieron a la América a bordo de la «Flor de Mayo», vivían y retozaban alegres, para hacer feliz a todo el mundo, el amor inagotable y el más intenso sentimiento del arte…»