La estatua de Isabel II en el Parque Central de La Habana, erigida en honor de quien Benito Pérez Galdos llamara «la de los tristes destinos» en uno de sus Episodios Nacionales y el pueblo diera el mote de «la Reina Castiza», tuvo una muy azarosa existencia, marcada por los signos políticos de España y Cuba.

En Cuba, la reina Isabel II, que gobernó, con turbulencia e intermitencias, en la Península y lo que quedaba del imperio colonial español (Incluida «la Fidelísima»), entre 1833 y 1868, tuvo, en realidad, dos estatuas en el Parque Central de La Habana. Estas, al igual que la rechoncha figura que les sirvió de modelo, no tuvieron un destino muy feliz, precisamente.

Estatua de Isabel II la Niña Reina

Isabel II se convirtió en reina de España en 1833, tras la muerte de su padre «El Deseado», Fernando VII (quien también tuvo una estatua en La Habana). Tenía apenas tres años de edad y pudo ceñirse la corona por la abolición de la Ley Sálica y porque sus partidarios derrotaron a su tío, que le disputaba el trono.

En 1850, los habaneros le erigieron una primera estatua en su honor en el Parque Central, el más importante fuera de las murallas de la ciudad.

El monumento se componía de una columna de mármol sobre la que estaba colocada una estatua de bronce de la niña reina. Isabel II aparecía de pie y vestida de forma sencilla, como la «reina del pueblo» que siempre aparentó ser.

La presencia de esta estatua de Isabel II en el Parque Central de La Habana fue efímera, pues al poco tiempo las autoridades españolas se dieron cuenta que no sólo les había crecido la reina, sino que, además, se le iban las costuras. Así que, decididieron sustituir la estatua de la niña reina por otra de la reina mujer.

A dónde fue a parar la estatua de bronce es algo que no se conoce. Lo que sí está documentado es que en el año 1857 bajaron por primera vez a Isabel II de su pedestal en el Parque Central.

Estatua de Isabel II la Reina Castiza

Pero enseguida la volvieron a encaramar, con un modelo actualizado y, sobre todo, más rellenito.

La nueva estatua de Isabel II se colocó en su pedestal en 1857 con todo el protocolo que imponía tan regio acontecimiento, pero no tuvo mejor suerte que la anterior.

Inauguración de la Estatua de Isabel II
Inauguración de la Estatua de Isabel II

Esculpida en mármol de Carrara por el francés Philippe Garbeille, el nuevo monumento era, sin dudas, estéticamente superior al que le precedió y se reprodujo hasta el cansancio en las postales y fotografías de la época. Siguiendo la misma línea del anterior, aparecía Isabel II de pie y vestida sin excesivo lujo.

Sin embargo, más allá de que le llamaran «la Castiza» y tuviera gustos y costumbres más propios del pueblo que de una reina, Isabel II y su reinado representaron la decadencia total de la corona española, que derivaría en la Revolución de 1868 y el fin del régimen monárquico.

Por eso los habaneros la volvieron a bajar por segunda vez y, como no estaban las cosas para reyes o emperadores por la Madre Patria, colocaron en su lugar una estatua de Cristóbal Colón que representaba, con una certeza del 100 %, la grandeza de España.

Estatua de Isabel II la de los «tristes destinos»

La estatua, sin embargo, parecía estar irremediablemente ligada a los destinos políticos de España. Por eso, apenas los monárquicos retomaron el poder en la metrópoli, en La Habana bajaron a Cristóbal Colón y restituyeron la estatua de Isabel II.

Estatua de Isabel II en el Parque Central
Restitución de la Estatua de Isabel II en el Parque Central

Así, estaría en su pedestal del Parque Central desde 1874 hasta 1899 en que cesó la soberanía española sobre Cuba.

Entonces fue retirada por tercera y definitiva ocasión y enviada a un almacén del Ayuntamiento. Allí permaneció hasta que Cárdenas la reclamó, pues había sido Isabel II quien había otorgado el título de ciudad a la villa matancero. Los habaneros no pusieron ni un pero y hasta el día de hoy ha permanecido en Cárdenas «la de los tristes destinos».

El pedestal, por su parte quedaría vacío. Luego se colocaría en su lugar una estatua de la Libertad (que derribaría un ciclón en apenas un año) y, finalmente se erigiría, por suscripción popular el monumento a José Martí, obra del escultor José Vilalta.