Que el nombre Navío Invencible en la armada española estaba «salao», «gafado», o «maldito» es casi algo seguro. Pues además del famoso hundimiento -en 1588- de la Armada Invencible, frente a las costas de su archienemigo inglés, el 30 de junio de 1741, en el puerto de La Habana, un rayo hizo estallar el temible Navío de Su Majestad Invencible.

Aquel orgullo de la Armada Española aún no tenía un año de vida, pues había sido terminado por Don Juan de Acosta en el Real Arsenal de La Habana en el otoño de 1740, y era un poderoso buque de dos cubiertas que podía albergar hasta 74 cañones, dotándolo así de un letal poder de fuego.

La catástrofe del Navío Invencible

La tarde del 30 de junio de 1741 era un día más de verano en la colonial Habana, el Navío Invencible se encontraba fondeado, como casi siempre, en el puerto de San Francisco -cerca del muelle de La Machina– junto a otras naves de la escuadra que mandaba el capaz general D. Rodrigo de Torres. En cubierta, los marinos realizaban las labores rutinarias que a diario exigían aquellos buques de madera y velas. Nada hacía creer que aquel sería un día terrible.

Una tempestad, de esas enormes tormentas veraniegas, procedente del sur se fue extendiendo sobre San Cristóbal de La Habana. A diferencia de otras, que suelen seguir mar afuera, aquella comenzó a verter sobre la ciudad ríos de agua, aderezados con fuertes ráfagas de viento, truenos y rayos ocasionales.

De repente, sobre las tres de la tarde, una centella cayó en el palo mayor del Navío Invencible, por encima de la cofa, provocando llamas que se extendieron enseguida por los aparejos, que hubiesen permitido controlar el velamen.

El Navío Invencible
Una imagen de la entrada del puerto de La Habana en el siglo XVI

Al ganar el fuego, el sistema de sogas y velas de aquel tremendo buque tuvo vía abierta para, en apenas minutos, extenderse por todas partes, llegando rápidamente a la Santa Bárbara, o depósito de municiones, donde cuatrocientos quintales de pólvora aguardaban.

Los marineros no tuvieron tiempo para otra cosa que lanzarse apresuradamente al agua, en apenas segundos una gigantesca explosión hizo volar en pedazos el Navío Invencible. Unas dieciséis personas fallecieron y más de veinte fueron heridas.

El efecto dominó

Un incendio, en un buque de madera, es asunto serio. Pero una explosión, en un puerto donde una escuadra de barcos similares se encuentra fondeada, desata la catástrofe. El Invencible arrastró consigo a casi toda la flota del General D. Rodrigo de Torres, provocándole daños tan cuantiosos que en el informe enviado a su majestad el Rey, por el Gobernador Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, este elude el tema, según se cree, para evitar un digusto tremendo al monarca.

Mas los efectos de la explosión dejaron su huella también en la ciudad, literalmente llovieron pedazos del Navío Invencible en las calles de La Habana. Tan peculiar lluvia provocó daños en los tejados de la ciudad, afectaciones parciales en viviendas, en los techos de teja del Castillo de la Real Fuerza y en la antigua iglesia parroquial. Varias casas enclavadas en la Calle de los Oficios, Lamparilla, Amargura y Baratillo fueron destruidas, demorando su reparación varios años.

Las crónicas hablan de un pánico generalizado, de vecinos lanzados a las calles, bajo la tormenta, pensando que se producía un ataque. Una vez calmados los ánimos, la chanza criolla acuñó una frase que ya se perdió en el tiempo, pero que fue muy empleada:

Lo partió un rayo y eso que era Invencible

En 1743 el Arsenal de La Habana lanzaba al mar un nuevo buque, que pretendía homenajear a aquel incendiado, se llamaba Nuevo Invencible. También fue destruido por un incendio, esta vez en 1750. Decididamente el nombre estaba salao, gafado, maldito.