Poeta de fina pluma, abogado, revolucionario, héroe romántico… Son algunos de los matices que nutrieron la vida de Rubén Martínez Villena.

Nació un 20 de diciembre de 1899 en Alquízar, descendiente por línea materna de Alfonso X, el sabio, y de los príncipes de Casa Villena.

Rubén Martínez Villena el mito byroniano

En los inicios de su vida hay una historia digna de ser contada, este escribidor considera que es una de esas anécdotas de la historia que de no ser ciertas merecen serlo. Abordaba todas las mañanas la familia Villena el tren que los conducía a La Habana, en determinado punto del trayecto se subía -a veces- un anciano señor enjunto, canoso, que compartía en ocasiones asiento con la familia, un día tomó al niño en sus brazos y mirándolo a la cara le dijo a sus padres: – «cuiden a éste niño, tiene en los ojos la luz de los grandes«.El niño creció para convertirse en una de la figuras más importantes de la Republica, y el anciano señor era Máximo Gómez.

Su sensibilidad poética y nutrida cultura le llevaron a colocarse desde muy joven entre los principales poetas de su generación, para la posteridad dejó obras como «Hexaedro Rosa«, «Mensaje Lírico Civil«, «Canción del Sainete Póstumo«, etc. Según asegura Eduardo Robreño, era Rubén tan meticuloso que podía estar días buscando el adjetivo idóneo para cerrar un poema. Su poesía inicia con un fuerte vínculo con el modernismo y el mejor romanticismo, y va moviendose hacia el vanguiardismo y la llamada «nueva poesía».

Sobre su encrucijada de poeta / no poeta dijo, pocos días después de la muerte de Rubén, su amigo y contemporáneo Rafael Esténger:

Rubén Martínez Villena, equidistante de preciosismos retóricos y de ímpetus efusivos, daba su verso emocionado con aparente desdén por las minucias formales. Casi toda su obra data de entonces. Calló después, rota la lira elogiada, y abrazó, como una cruz, la causa de los tristes.

Revista Bohemia. 28 de enero de 1934

Estudia abogacía en la Universidad de la Habana, a la par que desarrolla su reputación de buen poeta, al graduarse va a trabajar al bufete de Don Fernando Ortiz, donde además de entablar una excelente relación con el sabio conoceria a otros dos jóvenes que serían pronto sus amigos. Uno, un cubano nacido en Puerto Rico, jugador de Rugby, excelente escritor, que sin ser nunca universitario sería luego uno de los mejores periodistas de su época, y que iría a morir a España apenas dos años después de la muerte de Rubén: Pablo de la Torriente Brau. El otro joven era Emilio Roig de Leuchsenring.

Rubén Martínez Villena
Rubén Martínez Villena, tres momentos.

Su valía intelectual y sensibilidad poética le llevaron muy pronto a estrechar lazos con otros intelectuales de la época, y comienza entonces a darse el tránsito hacia el Rubén revolucionario, siendo la Protesta de los Trece su inicio en la agitada vida política del país.

La decisión de abrazar la causa comunista llevó a Rubén Martínez Villena a renunciar a la poesía, y dedicarse por entero a los obreros, en el trayecto dejaría literalmente la vida.

Sintiéndose imprescindible puso la causa por delante de su vida, y tal y como había predicho antes murió un día prosaicamente.

La batalla contra la tuberculosis nunca fue realmente peleada por él, pese a las presiones, ruegos y a veces cañonas de su amigo y doctor Gustavo Aldereguía.

La estancia de Rubén Martínez Villena en la Unión Soviética, fue el único intento de combatir la enfermedad.Su muerte prematura, entregando la vida a una causa, unido a su vena de buen poeta y actitud profundamente ética le convirtieron -a ojos de quien esto escribe- en el héroe byroniano de la República.

Rubén Martínez Villena: Mensaje Lírico Civil

José Torres Vidaurre: ¡Salud! Salud y gloria,
hermano apolonida: Salud para la escoria

miserable del cuerpo y gloria para el alma
exquisita y doliente; que el beso de la palma

y del laurel descienda sobre tu sien fecunda.
¡Lucha con las tormentas! ¡Que tu bajel se hunda!

¡Quizás qué bella playa deparará el naufragio!
Lucha y confía siempre: tu apellido es presagio

de brillantes combates y de triunfo sonoro;
que sobre las anónimas tinieblas del Olvido,

Vidaurre, Vita aurea, por su vida de oro
Fulgirán las simbólicas torres de tu apellido.

(Otra etimología, de origen vizcaíno,
me da también Vidaurre como “primer camino”)

Y tras de mi saludo, te contaré mis penas
por las cosas de Cuba que no te son ajenas,

y que no pueden serte ajenas por hermano
mío, y por tu fervor de sudamericano.

Yo bien sé que la tierra de los Inca-Yupanqui
no padeció del triste proteccionismo yanqui,

–aunque un temor futuro bien que lo justifica
el apelar a Washington sobre Tacna y Arica-

pero la patria mía, que también amas tú
como amo yo los timbres gloriosos del Perú,

nuestra Cuba, bien sabes cuán propicia a la caza
de naciones, y cómo soporta la amenaza

permanente del Norte que su ambición incuba:
la Florida es un índice que señala hacia Cuba.

Tenemos el destino en nuestras propias manos
Y es lo triste que somos nosotros, los cubanos,

quienes conseguimos la probable desgracia,
adulterando, infames, la noble democracia,

viviendo entre inquietudes de Caribdis y Scila,
e ignorando el peligro del Norte que vigila.

Porque mires de cerca nuestra demencia rara
te contaré la historia dulce de Santa Clara,

convento que el Estado -un comerciante necio-
quiso comprar al triple del verdadero precio.

Y si en el gran negocio existía un “secreto”
con un cambio de letra se convirtió en “decreto”.

Tal cosa llevó a cabo el señor Presidente,
Comprar ¡y por decreto! devotísimamente,

si bien que nuestra Carta, previendo algún exceso,
dejó tan delicada facultad al Congreso.

(Mas el Jefe Honorable respecto a Santa Clara
dijo que se adquiriera, mas no que se pagara).

Así, como abogado, se encomendó a San Ivo,
urdió su fundamento, improvisó un motivo,

y consecuente para sus propios desatinos,
se amuralló en sofísticos razonamientos chinos.

Mas, como entonces era secretario de Hacienda
Un coronel insigne de la noble contienda,

que portaba las llaves sagradas del Tesoro
con méritos iguales a idéntico decoro

que sus galones épicos y su apellido inmáculo
el Honorable Jefe neutralizó el obstáculo,

y esto fue lo que vimos con unánime pasmo:
¡le refrendó el decreto al seráfico Erasmo!,

señor incapaz hasta el Pecado y el Vicio,
con un delito máximo: su drama “El Sacrificio”.

Así la triste fábula del antiguo convento
fue bochornoso pacto de zorra y de jumento,

pues que la vil astucia y la imbecilidad
se unieron a la sombra de una sola maldad.

Y ¿quién te dice, amigo, que porque hice uso
de un derecho de crítica a lo que se dispuso

por el decreto mágico, y al mismo Secretario
le dije frente a frente cómo era de contrario

el pueblo a tal medida, me juzgan criminal?
¡Vivo en el primer acto de un drama judicial!

Y como me apoyaron doce ilustres amigos
padeceremos juntos enérgicos castigos.

¡Al Ministro seráfico le mordieron las Furias:
sufrimos un ridículo proceso de injurias!

Pero esto es sólo un síntoma: hace falta una valla
para salvar a Cuba del oleaje maldito:

hay la aspiración de perpetuar el delito
y la feroz política se rinde a la canalla.

Hay patriotismo falso, de relumbrón y pompa,
con acompañamiento de timbales y trompa;

se cambian Secretarios en situación muy crítica
por mezquinas “razones de elevada política”.

Mas, ¿adónde marchamos, olvidándolo todo:
Historia, Honor y Pueblo, por caminos de lodo,

si ya no reconoces la obcecación funesta
ni aún el sagrado y triste derecho a la protesta?

¿Adónde vamos todos en brutal extravío
sino a la Enmienda Platt y a la bota del Tío?

¡José: nos hace falta una carga de aquéllas,
cuando en el ala bélica de un ímpetu bizarro,

al repetido choque del hierro en el guijarro,
iba el tropel de cascos desempedrando estrellas!

Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;

para vengar los muertos, que padecen ultraje,
para limpiar la costra tenaz del coloniaje;

para poder un día, con prestigio y razón,
extirpar el Apéndice de la Constitución;

para no hacer inútil, en humillante suerte,
el esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte;

para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;

para guardar la tierra, gloriosa de despojos,
para salvar el templo del Amor y la Fe,

para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos
la patria que los padres nos ganaron de pie.

Yo juro por la sangre que manó tanta herida,
ansiar la salvación de la tierra querida,

y a despecho de toda persecución injusta,
seguir administrando el caústico y la fusta.

Aumenta en el peligro la obligación sagrada.
(El oprobio merece la palabra colérica).

Yo tiro de mi alma, cual si fuera una espada,
y juro, de rodillas, ante la Madre América.