Reseña sobre el rio Almendares tomada del libro «Memorias de una cubanita que nació con el siglo«

Las márgenes del rio Almendares estaban sembradas de maleza  y uvas caletas. Arriba, hacia la loma, existían enormes furnias  profundas y en la parte baja, esparcidas por la ribera, había casas  de pescadores, de tabla y zinc.

 Dos o tres pequeños astilleros, como puestos de zapatero remendón, se dedicaban a reparar y calafatear botes y pequeñas embarcaciones. Todavía el yate de placer no había entrado en el panorama cubano.

Los tiburones solo se podían ver al mediodía en Varadero, entre el primero y el segundo barco y se podían cazar  a tiros en la arena donde después del mal tiempo quedaban varados los cazones.

En cuestiones marítimas a lo más que se atrevían los políticos era a ir de pesquería a los cayos en alguna goleta costera, o en una lanchita de vapor y los verdaderos aficionados a la pesca, mi padre era uno de ellos, alquilaban en las márgenes  del Almendares un bote de remos en las madrugadas de los domingos.

En la misma Boca de la Chorrera del Vedado había un apostadero de botes de pescadores. Allí se alquilaban las embarcaciones y los avíos y se vendía la carnada fresca y también muy  buen pescado.

Muchos fueron los domingos en que ya con el sol muy alto mi padre y Eugenio volvían a casa con grandes pargos  colorados y rabirrubias y cabrillas que habían comprado a los pescadores de la Boca.

Río Almendares
Vista aérea del puente actual de la calle 23 sobre el Río Almendares

 Yo no recuerdo más puente sobre el Almendares que uno muy viejo, de tablas, que se abría para dejar pasar alguna goleta, un poco más grande, que venía al rio a ponerse en dique seco para  que Ia pintaran o la repararan. Pero esto no sucedía a menudo y era una casualidad feliz ver levantar el puente. (Puedes consultar más información sobre cómo los habaneros cruzaban el Almendares en 1900 en éste enlace)

Nosotros conocíamos pilluelos de la Boca, muchachitos que vivían en las orillas del rio, que nos surtían de pomos llenos de pulgas, de renacuajos y gusarapos, de cocuyos y algunas veces hasta de mariposas.

Hacíamos trabajosas excursiones al río Almendares con el pretexto de encargar aquella mercancía absurda, porque el rio nos fascinaba y cuando conseguíamos meternos en un bote y subir contra la suave corriente hasta donde el curso de agua era navegable, quedábamos convencidos de haber realizado una hazaña.