Pablo Desvernine, hijo de Pedro Emilio Desvernine, comerciante francés establecido en La Habana y la norteamericana Adela Legrás, natural de Nueva York, nació en la capital cubana el 31 de julio de 1823.

Después de estudiar algún tiempo los rudimentos de la música con su madre, empezó el violín bajo la égida del professor Manuel Antonio Cocco, pero pronto dejó este instrumento para entregarse en cuerpo y alma al piano, por el cual sentía verdadera afición.

Con un profesor de origen alemán llamado Winckler, que no fue un gran pianista, pero sí un excelente músico, se convirtió en un consumado solfista. Así llegó a las manos de Juan Federico Edelman, que lo tomó como su alumno, en 1832, al poco tiempo de establecerse en La Habana.

Pablo Desvernine, pianista

Ya entonces, con tan buena dirección, sus progresos fueron rápidos y notables; tanto que, con sólo 13 años, debutó en el Teatro Príncipal, en un concierto en el que tomaron parte tres notables aficionadas de La Habana: las señoritas María Teresa Peñalver, Chucha Martínez y Salomé Topete.

Por esa misma época, Pablo Desvernine, comenzó a tomar lecciones de acompañamiento con el violinista Seitz y de arpa con Virginia Pardi. Precisamente, en el arpa, realizó notables adelantos y llegó a presentarse con ella en el Principal. Tocando además como pianista una fantasía de Herz sobre Norma, de Bellini.

En 1840, a sugerencia de su maestro Edelman marchó a París. Allí retomó sus estudios con Kalkbrenner, quien pronto le escribió a los padres del joven para informarles sobre los progresos de quien había llegado último a su clase para convertirse en el primero de sus alumnos. También realizó Pablo Desvernine un curso de armonía con Doulens, tomó lecciones de estilo del gran Sigismond Thalberg a quien le llegó a unir una gran amistad.

Ya para entonces Kalkbrenner le había presentado a la Sociedad Filarmónica de París como uno de sus alumnos privilegiados, haciéndole ejecutar en dias sucesivos conciertos que tuvieron lugar en la Sala Pleyel, en casa del barón de Fremont y en los salones de La France Musical. Siendo aplaudido y celebrado en todos ellos.

Invitado por la colonia española en París, paso Pablo Desvernine a Madrid en 1846, donde en compañía de su paisano y antiguo condiscípulo Fernando Arizti. Ofreció dos memorables conciertos en el Teatro del Circo.

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Pablo Desvernine visto por la Revista El Fígaro en 1894

Poco después, alternando con el famoso pianista Émile Prudent tomó parte en un concierto que dio en honor de la reina Isabel II el general Ramón María Narváez. Con este motivo, y por consecuencia del gran éxito que obtuvo fue invitado a tocar a Palacio al mismo tiempo que el violinista Ole Bornemann Bull. Allí fue condecorado con la Cruz de Carlos III, recibiendo de manos de la propia reina un anillo de brillantes.

Profeta en su tierra

En 1847 volvió a París haciéndose oír en la Sala St Georges, llegando a sus manos al día siguiente entre otras muchas felicitaciones, la más valiosa para él, la de su maestro Kalkbrenner. Ese mismo año regresó Pablo Desvernine a La Habana, en donde le aguardaban con entusiasmo sus compatriotas del Liceo, la Sociedad Santa Cecilia, la Filarmónica, la Sociedad Habanera y otros grandes salones y teatros en los que se paseó de triunfo en triunfo.

Durante el gran concierto que ofreció en la Sociedad Santa Cecilia se leyeron mil composiciones alusivas, se repartió su retrato entre los presentes y se le ofreció la Cruz de Carlos III guarnecida en brillantes.

Pablo Desvernine
Pablo Desvernine

De La Habana partió Pablo Desvernine hacia Matanzas, donde repitió su éxito en los cuatro conciertos consecutivos que de su propio bolsillo costeó el gobernador de la plaza. A Matanzas regresaría en compañía de Giovanni Battista, que por entonces comenzara su triunfal carrera, y del violinista Luigi Arditi, para ofrecer dos conciertos más en la Atenas de Cuba antes de embarcarse hacia Nueva York.

En esa gran ciudad, como en Orleans, Mobile, San Luis, Cincinatti, Filadelfia y otras de la Unión junto un éxito tras otro, antes de regresar a su ciudad natal en 1849, donde contrajo matrimonio y se estableció definitivamente.

Pablo Desvernine se mantuvo en La Habana por dos décadas entre 1849 y 1869, hasta que, el enrarecido clima político del país le impelió, como a tantos y tantos de los cubanos más cultos y refinados a abandonar su tierra y establecerse en suelo extranjero.

Así, en 1869, Pablo Desvernine regresó a Nueva York, donde, con gran aceptación, se dedicó a la enseñanza. Terminada la Guerra del 68 regresó a La Habana, en la que continuó impartiendo clases de música hasta poco antes de su muerte el 1ro de marzo de 1910, ya en plena República.

Hombre de carácter apacible, muy culto, talentoso como pocos y de mucho tacto social, supo siempre generarse simpatías donde quiera que estuvo.

Entre sus numerosos discípulos (dedicó sus últimos 40 años a la enseñanza) se distinguieron la señorita Isabel Mendiola, la Marquesa de Valero – Urrias, Adolfo Quesada, Ernesto Edelmann y José Morales. Cabe, además, a Pablo Desvernine, el mérito de haber conducido desde sus primeros pasos hasta la perfección a Eddie Mac Dowell, quien sería reconocido como el más grande pianista de Estados Unidos en su época.

Resulta curioso, tal vez porque nadie es discípulo en su tierra, que hacia 1894 existía un debate acerca de si Cuba había dado buenos maestros de piano. La discusión fue zanjada cuando el señor Pablo Desvernine ofrecio un concierto en el cual tuvieron parte importante tres jóvenes discípulas suyas, las señoritas: Mercedes Rodríguez, María García y Hortensia Fernández..

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Discipulas de Pablo Desvernine

Luego del concierto, el director de El Fígaro Manuel Serafín Pichardo pidió al distinguido pianista Gonzalo Nuñez que valorara la labor de Pablo Desvernine como maestro del instrumento. La siguiente carta fue la respuesta que zanjó la discusión:

«Sr. Don Manuel S. Pichardo:
Mi distinguido amigo: Accediendo a los deseos manifestados por Vd., voy a contestar su pregunta y comunicarle las impresiones que recibí el domingo, en el concierto protragonizado por D. Pablo Desvernine y sus discípulas. EI efecto que me produjo el oir a aquellas señoritas fue en extremo agradable, pues reconozco con placer que han sido hábilmente conducidas, de manera que hoy se encuentran en la linea precisa que separa el aficionado del artista.

Un esfuerzo más, y serán pianistas útiles al arte y a su país. Es evidente que el Sr. Desvernine sabe comunicar a sus discípulas todo cuanto es posible trasmitir en el difícil y delicado estudio del teclado. Lo demás, es obra de Dios. Las facultades artísticas de aquellas señoritas tomarán pronto el vuelo que su peculiar naturaleza les imponga. Hoy se parecen mucho; mañana diferirán del todo, pero la belleza se manifestará con la misma fuerza en cada una de ellas. Porque creo que tienen talento.

En lo que toca al Sr. Desvernine, me complazco en asegurarle a usted que ha cumplido honradísimamente con su deber; no puede hacer más un profesor.
Esta es la opinión de S. S. y A.
Gonzalo Nuñez