Nat King Cole llegó a La Habana como el rey de la noche que era, pero un rey no es un rey hasta que no es reconocido como tal en el lugar más emblemático de su reino. Así que Nat King Cole vino a conquistar el cabaret Tropicana, a romperse la suerte en los casinos y a ser celebrado como un primo distante de las sonoridades auténticas de La Timba, Cayo Hueso y Monte.

Tenía en aquel momento el King el mundo a sus pies y la tormenta que se desató en La Habana por su inminente llegada fue tal, que los principales medios, en busca de una exclusiva, mandaron a sus periodistas una semana antes hasta Miami Beach, al famosísimo Beachcomber, donde tenía su trono en aquel momento la estrella de la canción.

Nat King Cole, la sobriedad del jazz

En aquel momento Tropicana se tambaleaba frente al cabaret Sans Souci y desde la década anterior no llegaba ninguna estrella de este calibre a los cabarets de la ciudad, de ahí el tremendo despliegue de medios, aquella rimbombancia con la cual se esperaba recibir a Nat King Cole contrastaba con la personalidad del músico.

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Un smoking elegante sin estridencias, su infaltable cigarrillo en la mano y una sonrisa que abarca todos los registros musicales posibles eran su carta de presentación. Según Don Galaor que lo pudo entrevistar en Miami para la revista Bohemia podía cantar durante media hora sin pausas. En un tremendo ejercicio de fortaleza vocal y exuberancia atlética, por desgracia el King nunca se tomó en serio su talento como cantante, le irritaba el sonido de su voz en las grabaciones y sus cercanos señalaban que encontraba el placer en el piano, donde se sentía libre y encontraban mejor acomodo sus demonios y su talento.

Había nacido en 1919 en el seno de una familia vinculada al mundo religioso. Su padre era pastor y su madre era la directora del coro de la iglesia de su comunidad. Gracias a ella recibió las primeras lecciones de piano y las modulaciones góspel de la congregación fueron el primero de los enredos que su capacidad aprendió a dominar.

Nacido para el jazz dio el primer gran timonazo con un trío de piano, guitarra y bajo, renovador para la época, que a finales de los 40 incluyó al norteamericano de raíces italianas, Jack Costanzo, en sus grabaciones tocando el bongó, según la destacada filóloga cubana Rosa Marquetti, pero esa sería la única cercanía latente en su repertorio con respecto a la música cubana antes de pisar tierras habaneras.

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En aquel año de 1956 llevaba casado desde 1948 con María (Cole) Ellington, su segunda esposa, y tenía dos de los cinco hijas que nacerían de la unión (dos de ellos adoptados). Llegaba en plena madurez a La Habana con 37 y a unos días de los 38, sería un momento solemne para una ciudad en cuya música era un referente, el músico, sorprendido tras realizar una visita furtiva a Tropicana meses antes de firmar el contrato, quedaría felizmente vinculado a la ciudad.

«¡Tropicana es maravillosa, sencillamente sorprendente!«

Se vendieron llenos totales, no hubo en aquel momento mejor recibimiento en la ciudad y el King se sintió como en casa, sobre la ciudad también diría:

«De verdad, no (sobre si espera que la ciudad fuese tan bella). Aunque le diré que La habana en general es muy bella. Uno se sorprende desde que abandona el avión. Sus avenidas, sus jardines, sus tiendas. Y en lo natural, es paradisíaca«.

Para más adelante añadir la expectativa a nivel personal que le generaba cantar en la ciudad:

«Siempre me dio alegría que me hablaran de trabajar en La habana. Ahora que la conozco, imagíneselo».

Dicen que segundas partes son malas, pero eso no se cumple con los genios y Nat King Cole lo era. Así que Martin Fox, el dueño del cabaret Tropicana, se rascó el bolsillo nuevamente para las temporadas de 1957 y 1958. En cada presentación cantaba 15 canciones sin excepción, el alborozo se producía cuando terminaba, al cabo de 40 minutos de actuación, pues era cuando el público recuperaba el aliento, el vampiro de las emociones conseguía atrapar a su público con la modulación fluida y acompasada de su voz, afinada como el sonido de la marea a media noche.

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El Rey en La Habana

Llegaba en febrero en esos años, momento en el que la ciudad se llenaba de snowbirds (visitantes que huían del frío del norte y se refugiaban en el cálido invierno del Trópico), esta época del año tenía múltiples espectáculos que ofrecer. Se juntaban la Fórmula 1, las Series del Caribe y los entrenamientos primaverales de los equipos de béisbol norteamericanos con las mejores figuras del mundo del arte.

Entre la estridencia del brillo y el glamour la figura amable y confidente del King Cole se adueñaba de las noches. Agradecido del recibimiento que recibió en La Habana, mercado latino indispensable para constatar la aceptación del producto, se lanzó a México y Caracas. Los triunfos estaban asegurados. Lanzó en 1960 Cole Español, seguido de un disco A mis amigos, donde mezclaba el español y el portugués terminando esta trilogía latina con More Cole Español en 1962.

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El cabaret Tropicana

Su talento descomunal se fue apagando en el invierno de 1964, unas molestias en la espalda fueron diagnosticadas como cáncer de pulmón. El genio amable, como le llamaban sus amigos, falleció en febrero del año siguiente. Había roto múltiples barreras raciales a lo largo de su vida, primer negro en tener un programa de radio y de televisión, y en La Habana consiguió que en su segunda visita el Hotel Nacional de Cuba le reconociera por su talento y no por el color de su piel dándole el alojamiento que le habían negado un año antes.

Dicen que las noches de La Habana en los 50 no tenían dueño, pero con el permiso del Benny Moré, Nat King Cole consiguió que Tropicana, en aquellas noches primaverales, fuese la corte suprema del jazz. Su recuerdo en la ciudad fue Unforgettable (Inolvidable) como el disco que le trajo la primera vez.

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Se recomienda leer a Rosa Marquetti en su blog Desmemoriados para conocer más de la figura de Nat King Cole.