Ha muerto en La Habana, víctima de la COVID, el Dr.C. Juan Valdés Paz, maestro de generaciones, uno de los investigadores más certeros de los últimos años.

No tuve la suerte de ser su alumno, aunque como buen graduado de Historia me formé leyendo muchos de sus textos. Cuando lo leía, en mis años de estudiante, no podía imaginar el tipo de persona que en verdad era Juan Valdés Paz.

Mi media hora con Juan Valdés Paz

Hace un mes, a fines de septiembre, cuando aún Matanzas y La Habana estaban cerradas tuve la oportunidad de ir a la capital a realizar gestiones. Entre los muchos encargos que llevaba, la mayoría para recogerle medicinas a los amigos, uno era ir a casa de Valdés Paz.

Nunca nos habíamos conocido, por lo que muy protocolarmente le llamé el día antes, para confirmar la visita, lo primero que me llamó la atención fue el desenfado con el que aquel hombre respondía mis tratos de «Dr y usted». Algo asombrado colgué el teléfono, habiendo acordado que al otro dia a las once de la mañana estaría ahí.

En efecto, puntualmente estaba yo en su casa de la Víbora, tal y como él me había orientado me paré al costado de la casa y comencé, literalmente, a darle gritos. Ahí estaba yo, parado en una calle de La Habana llamando a voz en cuello, como si de un socio se tratara, al Dr Juan Valdés Paz.

En breves minutos se asomaba por la ventana y me hacía señas para que fuera por la entrada del edificio, y cuando entré al mismo no habia nadie, solo la puerta de una casa abierta y una voz que desde adentro decía «¡Pasa, pasa, que estoy colando café!«.

Medio cortado me paré en la sala, bien cerca de la puerta, pues no me atreví a más, entonces salió de la cocina, en ropa de andar por casa -que no sé por que me lo había imaginado de otra manera, que se yo, más protocolar-, me estrechó la mano, intercambiamos los saludos habituales y me dijo:

-Pasa, pasa para la terraza. ¿Tomas café verdad?

-No doctor, no se moleste. -contesté.

-No, no es molestia, al contrario, así aprovecho y tomo yo.

El entró a la cocina y yo fui, como si estuviese en mi casa, a sentarme en la terraza. Al rato se aparece Valdés Paz con dos tazas de café en la mano, se sentó en el sillón de enfrente y empezamos a hablar, tan desenfadadamente, que en algún momento me pregunté si nos habríamos conocido antes. Pero no, es que el muy respetado Dr Juan Valdés Paz era una gente sumamente campechana.

Juan Valdés Paz

Hablamos desde historia y economía, hasta chismes de amistades comunes, de repente se paró y viró con un maletín en la mano, era el encargo que yo había ido a buscar. Dentro había, entre otras cosas, un libro suyo en dos tomos que enviaba para mí suegra, con el mandato expreso de que debía hacerle críticas fuertes. Había además un ejemplar en dos tomos de un texto de enseñanza de economía de los años 40, se lo enviaba al esposo de mi suegra, con el encargo de que debía leerlo para poder comentarlo luego.

En ese momento levantó la vista y mirándome me dijo ¡espera aquí! entró en la casa y lo sentí revolviendo cosas durante unos minutos, al salir llevaba dos libros en la mano. El DrC Juan Valdés Paz, una de las voces de aquellos atrevidos que un día formaron la revista Pensamiento Crítico, había sentido pena de que no hubiese nada para mí, a quien acaba de conocer, y regresaba con un libro de litografías de La Habana, para que lo usara en esta página en la que ahora escribo. Traía además el tomo primero de su texto, ¡Es el último me dijo! Ni siquiera tengo el segundo, tendré que dártelo digital, dijo disculpándose aquel hombre que repletaba auditorios en toda América.

Le prometí que cuando volviera a La Habana le llevaría el libro de mi suegra, le di mi palabra al respecto, que ya no cumpliré, y le pedí que me dedicara el suyo.

Cuando ya yo creía que era hora de irme, Juan Valdés Paz me dijo ¡ven, que te voy a enseñar mi biblioteca! La exhibición abarcó toda la casa, pues intelectual al fin tenía habitaciones repletas.

En el trayecto me hablaba de la historia de el apartamento, mientras yo no salía del asombro, tremendo, de tener a Valdés Paz de guía.

Al final me despedí, reiterándole que regresaría, y cuando me dirigía a la puerta me dijo:

-Espérate, ¿Tomas?

– ¿Ron? -pregunté asombrado

-Sí -me dijo- es temprano, pero si tomas me gustaría brindarte, antes de irte, un trago de un Santiago añejo que me regalaron que merece ser probado. Yo no te acompañaré, pues no puedo beber alcohol ya -me dijo.

¿ Qué haces en ese momento en el que una leyenda de tu campo te trata, sin tu esperarlo, como a un igual?

Pues te llenas de orgullo y bajas de golpe el trago, brindando a su salud, para lamentarte hoy de que tu deseo haya sido tan débil.