No pretendemos descubrir a José Lezama Lima en este artículo pero sí centrarnos en la importancia que en su obra tuvo su residencia de la calle Trocadero, en el corazón de Centro Habana. Lugar donde Lezama Lima residió prácticamente toda su vida y donde falleció en 1976. 

Situada en Trocadero 162, entre Consulado e Industrias, en una zona privilegiada por su ubicación del barrio Colón, le permitía dar largos paseos hasta Prado y seguir por el litoral que el habanero robó al mar.

Ubicada en la planta baja de una edificación de 3 niveles, con un arco de medio punto en la entrada y elementos decorativos, como pueden apreciar en la imagen, se encuentra actualmente la casa museo en memoria del poeta.

Lezama Lima
Lezama Lima frente en la puerta de su casa.
Foto publicada por Benito Germán Peña Gálvez
en el grupo de Facebook FOTOS DE LA HABANA.

La dimensión de un coloso

Recordaba Gastón Baquero en una entrevista en 1994, que pese a sus logros, sabía que sería recordado en los siglos siguientes por la cercanía de su relación con Lezama Lima.

Lejos de referirse con agravio a esta sentencia, lo hacía con la satisfacción de quien sabe que hay luces capaces de iluminar con mayor detalle los poros oscuros de las rocas.

Hasta el fin de sus días madrileños, y pese a las diferencias que a lo largo de su relación tuvieron estos dos fenomenales escritores del siglo XX cubano, Baquero lo seguiría llamando «Maestro». Fue él quien durante un período le cedió a Lezama Lima una columna en el Diario de la Marina y sería, ya en el exilio europeo, una de las memorias vivientes de la obra del poeta, ensayista y abogado nacido en el campamento militar de Columbia.

Como si de una larga cabellera suelta al viento intempestivo del malecón habanero el reconocimiento sin remilgos hacia la literatura de José María Andrés Fernando Lezama Lima ha sido por largo tiempo dilatada, en una oscilación invertida con el desarrollo de su influencia en la actualidad literaria internacional.

La casa ciudad para salvarse del silencio institucional

El fundador de la revista Orígenes fue una ceiba cultural dentro de la Cuba prerrevolucionaria, dando cobijo a un buen grupo de eminentes poetas, novelistas, críticos de arte y periodistas de disímiles orígenes (permítanme la referencia) y niveles culturales para ser, después del 59, un ente cuya presencia a nivel nacional fue recogiéndose en un vulgar y apresurado moño mientras el mundo fuera de los límites geográficos que circunscriben la maldita circunstancia del agua por todas partes comenzaba a redescubrir su figura y la genialidad de su obra.

La gran novela Paradiso y el, quizás, capítulo 8 más famoso de la literatura hispanoamericana fueron el boom definitivo de la obra del escritor a nivel internacional, y a su vez motivo de ostracismo en su país hasta su fallecimiento.

El revuelo que generó dentro de la isla este libro con su, hoy modesta, tirada de 3000 ejemplares en 1966 marcó una ruptura definitiva de su imagen y el enfoque de esta dentro del circuito cultural e ideológico de Cuba. 

Posterior a esta publicación, el que fuera vicepresidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, se recluyó en su morada en lo que sería una rebeldía silenciosa y solitaria. Sumido en las lecturas y entre las reliquias pictóricas que atesoraba en su casa, pasaron sus últimos años.

Escribiéndole cartas a su hermana Eloísa (residente en Estados Unidos y que no volvería a ver) en dónde se aprecia la visión sensiblemente desalentada del poeta que cerca del fin escribe en su libro Fragmento a su imán: “Espero a alguien y sé que nadie ha de venir”.

En el fin de los fines ¿qué es esto?*

El fin sobrevendría en su casa, entre sus costumbres y el salitre que penetra en el martillar de las olas contra el malecón; entre ese ruido de ciudad que nace a orillas del azaroso vendaval que precede a la tormenta y de repente, rebota para fundirse con el ruido de los autos hasta llegar a la raíz de una identidad que nunca calla. Lezama Lima se fue un caluroso 9 de agosto de 1976.

El destino sería la eternidad y el reconocimiento sin censura ni limitaciones, tanto en su país como fuera. Pero no olvidemos que el Maestro solo tuvo en sus últimos instantes a su esposa María Luisa, su tos de asmático y obeso, los libros que atesoraba junto a algunas ediciones de sus revistas literarias y una obra aún sin acabar, Oppiano Licario.

La gran maquinaria productiva del siglo XX cubano eran los ingenios artísticos que fueron sustituyendo a los azucareros en la urbe cosmopolita de La Habana de mediados de centuria, y quizás el más colosal de todos, por barroco tropical, homosexual prudente y arquitecto lírico dejó este mundo mudo, sin necesidad de estridencia, pisando con la levedad de un dinosaurio que sabe que cada paso, al tiempo que le hace libre, le acerca a una extinción sempiterna.

Aquel bosque que había entrevisto al final de su marcha, donde los monos y los perros saltaban sobre un elefante que se hundía y elevaba, se le fue acercando. La casa misma parecía un bosque en la sobrenaturaleza. Se veía el entrelazado ornamento de la veija que servía también de puerta…El final del corredor permitía penetrar en una extensa terraza, que estaba rodeada de un jardín descuidado, donde faltaban las podaderas y el ejercicio voluptuoso. ¿Se atrevería Cemí por aquel corredor, cuyo recorrido era desconocido y su final,
en la terraza, ondulaba como la marea descargada por un espejo giratorio?

Paradiso. Página 460. 1966
  • * Verso correspondiente al poema Retrato de Don Francisco Quevedo