Las corridas de Toros fueron uno de los principales atractivos de La Habana en el período colonial para los turistas españoles y americanos. Sin embargo tan cruento espectáculo suscitó un debate profundo en la sociedad habanera y cubana debido al trato inhumano sufrido por los animales en estas lidias.

Múltiples pensadores cubanos como José María Heredia, José Martí, Enrique José Varona y Manuel Sanguily mostraron su rechazo a esta práctica y fueron firmes opositores de ellas.

Es cierto que en La Habana junto a las peleas de gallos, el béisbol y el boxeo, existía un circuito bien organizado que realizaba estos espectáculos los sábados en horas del mediodía en las distintas plazas de toros distribuidas por la ciudad. Este circuito contaba con ingresos suficientes para importar desde España toros de lidia de primera línea, además de algunos de los mejores matadores españoles de la época como Luis Mazzantini, quien visitó la ciudad en la temporada de 1887 alborotando a la sociedad habanera por su supuesto romance con Sarah Bernhardt.

plaza de toros habana siglo XIX 1899
Toreros en La Habana

Todo aquel mercado quedó abruptamente detenido con la orden número 187 firmada por el gobierno de intervención norteamericano el 10 de octubre de 1899 que ponía fin a las corridas de Toros en el país y que reproducimos a continuación.

Cuartel General, División de Cuba.

Habana, 10 de octubre de 1899.

El Gobernador General de Cuba ha tenido a bien disponer la publicación de la orden siguiente:

I. Quedan absolutamente prohibidas las corridas de toros en la isla de Cuba.

II. Incurrirán en la multa de quinientos pesos ($500) los contraventores del anterior artículo.

El brigadier General, Jefe de Estado Mayor

Adna. R. Chaffee.

Orden militar 187

Esta prohibición fue ratificada por la Orden Militar 217 promulgada meses después (28 de mayo de 1900) para la protección de los animales y que fue impulsada a propuesta del Secretario de Justicia, Luis Estévez -esposo de Marta Abreu-, cuyos incisos V y VI dicen así:

V. Será castigada con multa de diez a quinientos pesos, o con arresto de uno a seis meses toda persona que de cualquier modo presencie, coadyuve o coopere en la celebración de corridas de toros o lucha de otros animales que con premeditación se proponga el dueño de éstos, o el que los tenga a su cuidado.

VI. Toda persona que infrinja las disposiciones y leyes que se refieren a la crueldad contra los animales podrá ser detenida y puesta a disposición de la Autoridad correspondiente para ser juzgada y castigada.

orden militar 217

Las corridas de Toros en Cuba

En el amanecer de la República, imbuidos por un desenfrenado espíritu de libertad y progreso nacionalista nuestros pensadores propugnaron y mantuvieron estas medidas que nos legó el gobierno de intervención norteamericano, tan demonizado por la historiografía patria reciente.

La sangre humeante del toro sobre la arena era sentida por los cubanos como la suya propia condenando a un negocio que dejaba buenos dividendos en algunos bolsillos que intentaron, sin éxito, levantar estas medidas en cuatro oportunidades como veremos en siguientes entregas.

Corridas de toros en una plaza de La Habana, 1899
Corrida de toros en una plaza de La Habana, 1899

El destacado historiador, Emilio Roig de Leuchsenring publicaba un artículo en 1928 bajo el título de Las Lidias de Toros en el cual realiza un amplio bosquejo sobre los orígenes de este entretenimiento español en nuestro país.

El ilustrado y erudito bibliógrafo Carlos M. Trelles nos dice que en 1538 hubo en Santiago de Cuba corrida de toros con ocasión de la llegada del Adelantado Hernando de Soto, de la que hablaba el Inca Garcilaso en su obra La Florida; que en 1569 se efectuó en La Habana la primera corrida en honor de San Cristóbal, recogiendo además, los siguientes datos sobre estas diversiones: en 1682 se prohibió lidiar toros los días de fiesta; en 1747 se celebró una corrida en Matanzas, en 1759 otra en La Habana para festejar la conmemoración de Carlos III, en este caso la fuente es José María de la Torre.

Emilio Roig. Las Lidias de Toros. Álbum conmemorativo de la VI Conferencia Internacional Americana del Consejo y Gobierno de la Provincia de La Habana. 1928

Pese al interés de los españoles que se sentían atraídos por este tipo de eventos los criollos no recibieron con buen grado este tipo de espectáculos a diferencia de las peleas de gallos que sí arraigaron en la población cubana, sobretodo rural.

Las corridas de Toros eran un espectáculo de españoles para españoles casi en exclusiva quedando ligados indisolublemente los dorados trajes y la audaz arena al pasado colonial. (Más información sobre las plazas de toros en La Habana aquí).

No es de extrañar entonces que fuesen prohibidas una vez que la Isla de Cuba dejó de estar bajo la jurisdicción del reino español por el gobierno de intervención yankee con el beneplácito de los nacionalistas cubanos, más cercanos a los deportes venidos del norte.


A continuación un poema de José María Heredia que muestra la posición del bardo frente a tan cruel divertimento.

Muerte del toro


Al clavar de los dardos inflamados
Y agitación frenética del toro,
La multitud atónita se embebe,
Como en el circo la romana plebe
Atenta reprobaba o aplaudía
El gesto, el ademán y la mirada
Con que sobre la arena ensangrentada
El moribundo gladiador caía.

Suena el clarín, y del sangriento drama
Se abre el acto final, cuando a la arena
Desciende el matador, y al fiero bruto
Osado llama, y su furor provoca.
Él, arrojando espuma por la boca,
Con la vista devórale, y el suelo
Hiere con duro pie; su ardiente cola
Azota los ijares y bramando
Se precipita… El matador sereno
Ágil se esquiva, y el agudo estoque
Le esconde hasta la cruz dentro del seno.

Párase el toro, y su bramido expresa
Dolor, profunda rabia y agonía.
En vana lucha con la muerte impía,
Quiere vengarse aún; pero la fuerza
Con la caliente sangre, que derrama
En gruesos borbotones, le abandona,
Y entre el dolor frenético y la ira,
Vacila, cae, y rebramando expira.

Sin honor el cadáver arrastrado
En bárbaro triunfo: yertos, flojos,
Vagan los fuertes pies, turbios los ojos
En que ha un momento centellar se vía
Tal ardimiento, fuerza y energía,
Y por el polvo vil huye arrastrado
El cuello, que tal vez bajo el arado
Era de alguna rústica familia
Útil sostenedor.—En tanto el pueblo
Con tumulto alegrisirno celebra
Del gladiador estúpido la hazaña.
¡Espectáculo atroz, mengua de España!