Reseña tomada del libro: «Viaje a América, Tomo 2 de 2 / Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago, México, Cuba y Puerto Rico» de Rafael Puig y Valls. Editado en 1894.

La Habana de 1890

Quisiera rectificar mi primer juicio respecto a las condiciones de la capital de Cuba; pero, cuanto más conozco su vialidad e higiene, sus calles y paseos, sus edificios públicos y particulares, me afirmo más en el concepto que formé al apreciarla, en su conjunto, desde la bahía, y al recorrer algunas plazas y calles, yendo de la Aduana al hotel de Inglaterra.

Nótase en primer término, durante el día falta de animación, lo mismo en el centro que en los barrios apartados de la ciudad, las calles del Obispo y O’Reilly, el Parque, el Prado, sitios un tanto apartados de los muelles, lo mismo que la Plaza de Armas en donde está la Capitanía general, y los alrededores de la misma, centros comerciales de importancia, la Universidad, las agencias de vapores, la Aduana, etc., etc., no consiguen mayor animación.

Las señoras salen muy poco y en carruaje, los hombres de negocios usan constantemente coches de alquiler, durante las horas de sol, y sólo en los mercados se nota movimiento durante las primeras horas de la mañana en la abigarrada multitud de razas, negros, mulatos, chinos, que van invadiendo la isla desde que los Estados Unidos pusieron cortapisas y reparos a la afluencia de celestes en las costas de California, criollos y blancos, gritando y empujándose en el continuo tráfico menudo necesario a la vida de una población extensísima que goza de confort y lujo, y se abastece de buenas carnes, excelente pesca y frutas sabrosísimas de perfume delicado y exquisito.

Carros a la espera de mercancías ante la antigua Aduana de La HabnaCarros a la espera de mercancías ante la antigua Aduana de La Habana

Es un espectáculo original para los peninsulares, ver los puestos de frutas, en los mercados, producto de una Flora completamente distinta de la nuestra, con un perfume tan intenso que embriaga, dominando el olor del plátano, fruto que, en grandes racimos, de tamaños variados, forma manojos que recubren los bastidores de las mesas, los pies derechos de las cubiertas, colgando de todas partes como si fuera, y lo es realmente, artículo de consumo ilimitado.

Los cocos verdes cubiertos aún con su cáscara carnosa, recién cortados de los cocoteros para dar a beber la leche vegetal que contienen, refrescante, fresca, higiénica y deleitosa.

Las chirimoyas de pulpa de color de sangre, con su cáscara negruzca y forma elipsoidal, menos dulce que la generalidad de las frutas tropicales, pero de esencia delicadísima, pasta que se deshace en la boca y que da al paladar, sin fatigarle, un gusto exquisito e incomparable.

La piña verde, cubierta con sus hojas florales, de tonos amarillos, con la acidez deleitosa que rellena su carne jugosa, tierna y llena de perfumes.

Vendedor de frutas tropicales en el Prado de La Habana

Vendedor de frutas tropicales en el Prado de La Habana

Los mangos que no he podido probar y que dicen ser excelentes, la… pero, ¿a qué continuar la lista interminable de aquella Flora espléndida, si no hay pluma que pueda describirla sin quitarle los perfumes de sus esencias y los colores brillantes con que se engalana, robando a la luz los matices y las gamas de sus innumerables tintas y delicados tonos.

Y al salir de los mercados, las calles porticadas de los alrededores mantienen aún la fisonomía de casas de venta, que tienen sus horas de vida agitada, prolongación de aquellos centros donde no penetra el sol, y apenas la luz, como si el aire libre hubiera de llevarse los colores brillantes de las flores, los perfumes de los frutos, los jugos de las carnes y la substancia toda del vientre de La Habana, que necesita reponer las fuerzas perdidas en un clima enervante, traidor, que fatiga y liquida la sangre, que ni fuerza tiene para teñir las pálidas mejillas de la raza criolla.