Julia Pérez  Montes de Oca nació en la finca Melgarejo, El Cobre, el 11 de abril de 1839. No solo fue la hermana menor de la también poetisa Luisa Pérez de Zambrana, sino su amiga  y seguidora.

Toda la familia se trasladó a La Habana luego de la unión de Luisa, a Julia el matrimonio la trató prácticamente con el afecto de una hija.

El talento de la adolescente se vio intensivado por el mecenazgo de Luisa y los ánimos que le brindaba Ramón Zambrana. Además de escribir poemas era aficionada a la Astronomía e incursionó en la pintura.

En La Habana ambas hermanas fueron centro de atención en los más distinguidos y elegantes salones, en las tertulias de la familia Zambrana, en las de Rafael María de Mendive y las de Nicolás Azcárate, de quién Julia tomó parte en algunas de sus representaciones teatrales como actriz. Colaboró en El Kaleidoscopio (1859) y es invitada también por la Avellaneda a publicar en el Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860). 

Julia Pérez Montes de Oca
Julia Pérez Montes de Oca. Poemas

El Conde de Pozos Dulces publicó poemas suyos en «El Siglo». En La Moda Ilustrada, de Cádiz, también aparecieron sus poemas.

En 1863 Julia lee  en una velada en el Liceo de Guanabacoa su poema “A un arroyo seco”.

Nicolás Azcárate incluyó textos suyos en su edición de Noches literarias en casa de Nicolás de Azcárate (1866)  y en 1868 aparece incluida en el Álbum pictórico-fotográfico de escritoras y poetisas cubanas, de Domitila García de Coronado.

El inicio de los infortunios

La muerte de Ramón  Zambrana no solo fue un duro golpe para su viuda, Julia abandonó por un tiempo la escritura debido al dolor que sentía.

Esta pérdida de una figura paterna significó un cambio en la temática de su obra poética, sus versos se tornan trágicos y se aprecia un marcado contraste entre la vida rural y la urbana, a la que Julia comenzó a despreciar.

Existen teorías acerca de la honda tristeza que embargó a Julia; según José Lezama Lima, Fina García Marruz y Cintio Vitier se debió también a un amor imposible.

Julia Pérez Montes de Oca
La bella Julia Pérez Montes de Oca

Sospechaban que se trataba del poeta e independentista José Fornaris, que era casado. Esta suspicacia se debe a varias publicaciones que dedicara Fornaris (con el seudónimo de Bertoldo Araña) a Julia, en estas da muestras de conocerla muy bien , alaba sus atributos intelectuales y su belleza física e incluso da respuestas coquetas a unos versos de la joven.

Julia Pérez Montes de Oca decide abandonar la bulliciosa Habana, pues ya no era aquella jovencita feliz, necesitaba un ambiente tranquilo debido a su ánimo y a la tuberculosis que la aquejaba.

Se traslada  a la  finca El Jardín, en el cafetal Angerona,  Artemisa. Aquí convive con su sobrina Angélica, quien había contraído matrimonio con Cornelius Souchay y Hesse, propietario del lugar.

De este periodo datan sus poemas más lúgubres, enferma del cuerpo y de una tristeza crónica.

En la colección póstuma de sus Poesías Completas, de 1887, se recogen algunas de ellas. Probablemente la más dolorosa sea la última, titulada “Desesperación,” de la que sólo se publicó un fragmento, y es probable que hubiera sido editado (y cortado, censurado) por su propia hermana Luisa, o que ciertamente hubiera quedado inconcluso.

El 25 de septiembre de 1875  muere soltera, de tuberculosis,  Julia Pérez Montes de Oca, perteneciente a la segunda generación del romanticismo en Cuba. Fue sepultada en el Cementerio General de Artemisa.

Infortunada aún en la muerte

Para aumentar la tristeza e infortunio de la poetisa, se desconoce el paradero de sus retos en la actualidad.

El antiguo Cementerio de Artemisa se reubicó a las afueras del pueblo sobre 1912, y nadie reclamó el cuerpo de Julia. Se cuenta que, en el sitio del antiguo cementerio, tras remover los cimientos para levantar la escuela secundaria urbana que hoy sirve como Palacio de Pioneros del municipio, se encontraron algunos restos humanos que no se pudieron identificar.

Es de temer que algunos de esos despojos pudieran haber correspondido a los de Julia Pérez Montes de Oca.

Es también penoso que en algunas publicaciones extrajeras aparezca como mexicana o de nacionalidad desconocida. En la propia Cuba no se publica desde hace muchos años su obra, ya sea en antologías o ediciones más especializadas.

Julia, como su hermana Luisa, aparece representada en el moderno mural de la calle Obrapía, en la tapia de la casa del marqués de Arcos, antigua sede del que fuera el Liceo Artístico y Literario de La Habana, junto a figuras emblemáticas de la cultura nacional del XIX. 

Pero esto no es suficiente homenaje, debe hacerse un rescate de la vida y obra de esta poetisa, casi desconocida en la actualidad.

Poemas de Julia Pérez Montes de Oca

Se agita el hombre…

Se agita el hombre en la mundana vida

mezquino y ambicioso y altanero;

maligno el corazón, el labio artero,

donde no tiene la verdad cabida.

En él encuentra fácil acogida

la envidia y el desdén su compañero,

y aunque el semblante muestre lisonjero

su amor es falso y su virtud mentida.

Del campo en las sombrosas espesuras

¡qué distinto espectáculo se ofrece!

allí al impulso de las brisas puras

y a la sombra del árbol que florece,

sin odios, ni zozobras, ni amarguras,

el alma se transporta y engrandece.

A un árbol

Pasó el otoño y se llevó arrastrando

de tus ramajes el verdor divino;

siguió el helado invierno su camino

tus amarillas hojas arrancando.

El tallo altivo y el capullo blando

volaron como el loco torbellino,

y solo el dulce fruto purpurino

en la alta rama se quedó temblando.

Pero al fresco batir de la sonora

lluvia, tus hojas juveniles crecen,

y un ancho y verde manto te decora.

No así las ilusiones que fenecen

en el alma del hombre, aunque las llora,

con su frescura, oh árbol, reaparecen.

Al campo
Ahora que llega con alegre paso
la dulce primavera,
plegando al fin las perfumadas alas,
trayendo entre la rubia cabellera
del alba sonriente
los trémulos diamantes como galas,
y en la fresca mejilla
el tinte arrebolado y halagüeño,
más hermoso que el pétalo risueño
de la rosa gentil a quien humilla,
yo te contemplo con asombro grato,
¡oh, campo virginal! Aquí entusiasta
siempre palpita el corazón sencillo;
aquí todo le basta
para hacerle feliz; ya el pajarillo
que en la verde enramada
riza y compone la sedosa pluma;
o el delicado aroma del tomillo
en la brisa de otoño embalsamada;
ya la ligera bruma
que envuelve la campiña floreciente,
o ya el rayo de sol que da en la fuente,
iris formando en la nevada espuma.

¡Cómo tus melancólicos encantos
penetran en el alma enternecida,
y plácidos los ojos
anhelan contemplar tus verdes calles,
tus uvas de oro, tus capullos rojos,
y en tus risueños valles
la que resbala fuentecilla pura,
retratando a su paso
en su voluble fugitivo espejo
del tierno pajarillo el pico breve,
de la azucena la brillante nieve
y del clavel el pétalo bermejo!

¡Qué bellas tus ocultas soledades
si las alumbra la radiante llama
del sol del mediodía;
si las envuelve con su pardo velo
la tarde lenta, desmayada y fría;
o si la noche umbría
en el lejano oriente
despliega sus crespones enlutados,
y semejan los montes levantados,
gigantes que corona el occidente!
¡Ay, que en la sombra de la triste noche
y al tenue susurrar de blandas hojas
despierta el corazón al sentimiento,
y en trémulas congojas
brota abundoso el llanto,
el alma exhala querelloso acento,
y vuelan por las selvas con el viento
los hondos ayes del sentido canto!

¡Yo miro en esas horas misteriosas
las sombras de los bardos de otros tiempos
tus bosques visitar, la sien ceñida
de glorioso laurel, con eco blando
enterneciendo valles y montañas,
gemir en las cabañas,
vagar entre las yerbas y las flores
al lento suspirar de la laguna,
alzando el lamentar de sus amores
al callado reflejo de la Luna!

¿Quién de la inspiración sintió el halago
que no encontrara en ti dulce recreo?
¡Qué dolor o deseo
no templan tus flotantes arboledas,
en cuyas altas ramas olvidado
llora el amante ruiseñor? ¿Quién pudo
contemplar tu belleza,
que en sublime tristeza,
el pecho no sintiera enajenado,
y a qué sensible corazón no encanta
de tus rústicos templos
el mágico rumor que se levanta?

La tarde


Modesta diosa del final del día,
tarde consoladora, amiga grata;
tiende el velo de plata
por la llanura inmóvil y sombría;
que ya el soberbio sol, en su agonía,
hunde en el mar la frente de escarlata.
¡Qué murmullo tan suave
se oye en el bosque y en el verde soto!
Aquí levanta el ave
la querellosa voz, allá remoto
resuena por el valle, entristecido,
el lánguido balar de las ovejas,
y el viento, conmovido,
llora en las ramas sus dolientes quejas.

¡Ay! ¡cómo los sentidos adormece
y llena el corazón de dulce encanto
este vago rumor! Allí do crece
el silencioso pino,
suspende el ruiseñor lloroso canto
mientras llega la noche misteriosa,
y tiende el ala suave y sigilosa
hacia el bosque vecino
donde se pierden ruiseñor y trino.

Y allá distante, de la mar en calma
escucho el tenue murmurar; las olas
cuando se arrastran en la parda arena
exhalan un suspiro lastimero
como lo exhala el alma
que está abatida por doliente pena,
o cual de un arpa que en la noche suena
acento gemidor y plañidero.

Yo amo el tranquilo son de la floresta,
y en apartada selva
la voz de la calandria quejumbrosa,
el blando susurrar de palma enhiesta
que finge melancólica plegaria,
y el arrullo que tórtola medrosa
entona enamorada y solitaria.

¡Cuántas veces tus célicos rumores
buscó el amante Young en sus querellas!
y de tus tibias flores
el perfume aspiró; de tus estrellas
amó la luz benigna y azulada;
el ebúrneo laúd pulsó a tu sombra
que un eco eterno de dolor encierra,
y el gemido de su alma desgarrada
por largos años asombró a la tierra.

¡Cuánto tu lumbre pálida consuela
corazón que la congoja abruma,
tarde doliente, de la noche hermana!
Porque tu brisa, que amorosa vuela,
disipa del pesar la densa bruma,
como ahuyenta a la sombra la mañana;
y la nube liviana,
.y el agua que serpea,
y tu dormido rayo que flamea
en monte y en collado,
alivian el espíritu cansado,
y todo, ¡oh tarde!, al corazón recrea.

El islote
A mi hermana Luisa

Mientras mundano estruendo
crece y se eleva en la ciudad orillante,
y la dama arrogante
y el mancebo gallardo, recorriendo
van las abiertas calles
que ávida multitud invade ufana;
vengo, olvidando su altivez liviana,
a la verde extensión del bosque umbrío,
do encuentra dulce paz el pecho mío.

Aquí, do del Islote,
que surge de las aguas cristalinas
como nieve de jaspe y esmeralda,
miro las peregrinas
conchas de nieve que cuajó de llanto
el alba candorosa;
el caracol que hurtó para su seno
pétalo suave de purpúrea rosa,
y entre el oro cernido
el alga jugueteando cariñosa;
y contempla el indómito oceano
tornarse en mar serena,
que ciñe franja de menuda arena
y riza perlas en el borde cano.

¡Oh, cara hermana mía!
¡Cuán bella perspectiva se despliega
desde este montecillo circundado
por diáfanos cristales!
En el verde collado
la oveja inofensiva
trisca a la sombra de pequeño arbusto
y en el tendido valle el buey adusto
con perezoso andar la yerba alcanza;
la cabra trepadora
por el pendiente risco se abalanza;
se oye la tortolilla gemidora
huyendo del ardor del rayo estivo,
y en el llano de césped alfombrado
muestra la talla esbelta el ciervo esquivo,
la cenicienta piel de terciopelo,
abiertos ojos de mirar vehemente,
piernas flexibles, y en la erguida frente
corona duradera,
que no depone el tiempo en su carrera.

¡Cuán deleitosa paz, qué grato arrobo
brindan al corazón estos lugares!
Él, triste como tú, busca consuelo
en la callada soledad del bosque,
en la argentada brillantez del cielo,
en la sedosa flor que se desprende
como lágrima azul del arbolillo,
cayendo en el arroyo que se tiende
entre selvas de juncos y tomillo.

¡Qué distinto recreo
al de los cultos pueblos, Luisa amada!
Cuando llega la tarde,
hora de meditar entre la sombra,
con alma triste y corazón herido
miro una nube nívea, otra bordada
de coral encendido,
otra cual vela de oro
en nave silenciosa,
que lenta se sumerge en occidente,
y cual hoz diamantina,
en el opuesto lado de la esfera
guardada por la estella vespertina,
la luna comenzando su carrera.

¡Oh, qué grata emoción! Ya se alboroza
encarnada avecilla en el ramaje
donde gravita la amarilla fruta;
ora el aura solloza
en el cóncavo oscuro de la gruta;
ya la garza de nítido plumaje
se eleva sin rumor sobre los pinos
que asoman levantados
en el centro de fértiles montañas,
y ya en hondos quebrados
mecidas por el viento,
se doblan con sonoro movimiento
altas hileras de sonantes cañas.

Tú, cuyo pecho oprime
recóndito dolor, ven a la selva;
que, tal vez, Luisa mía,
este dulce retiro te devuelva
la deseada paz y la alegría.
Ven, hermana, aunque hiel tu seno vierte
herido por la daga de la muerte.
Pues al menos aquí, no tus querellas
irán al aire solas;
que te harán compañía
llorando las estrellas,
gimiendo tristes las hinchadas olas;
sus abiertas corolas
las flores cerrarán al contemplarte;
el manantial del prado,
con giro cariñoso y delicado,
irá a besar tu planta entristecida,
y el pescador junto a la red sentado,
un bálsamo, un consuelo
pedirá para ti, Luisa querida,
al regio Padre del benigno cielo.