El primer pianista de verdadero mérito que pisó Cuba fue el francés Juan Federico Edelman, nacido el 17 de febrero de 1794 en Estrasburgo, Alsalcia, hijo de otro pianista del mismo nombre que fuera maestro del célebre Étienne Méhul.

Juan Federico Edelman estudió en el Conservatorio de París, donde, por su apreciable talento, terminaría como profesor con sólo 18 años de edad. Luego, daría giras por Europa tocando el piano en las cortes del Viejo Continente y emigraría a América en compañía de su madre.

En el Nuevo Mundo repetiría su éxito europeo, con conciertos en Estados Unidos, México, las Guyanas y las Antillas; y, fundando, aquí y allá escuelas y academias de música.

Juan Federico Edelman se queda en La Habana

Su espíritu viajero le llevaría a La Habana (ciudad donde se establecería definitivamente) en el año 1832. La capital cubana vivía entonces en el boom de la riqueza azucarera y las acaudaladas familias criollas estuvieron encantadas con abrirles sus salones y sus bolsas al ya prestigioso pianista francés, que la noche del 29 de junio de ese mismo año debutó en el Teatro Principal. La prensa de la época celebraría de esa primera presentación:

«En un hermoso concerto que tocó al piano con acompañamiento de orquesta hizo conocer que es un profesor de tanto gusto como conocimiento y habilidad, e hizo ver su destreza en una de sus composiciones que, como todas las suyas, están llenas de interés y gracia»

Edelman que se presentaría en múltples ocasiones más en el Teatro Principal o Coliseo, así como en el Teatro Diorama, se establecería definitivamente en La Habana, ciudad en la que sería director de la sección filarmónica de la Sociedad Santa Cecilia.


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Teatro Coliseo o Principal, donde actuó Edelman en La Habana. Dibujo de Francisco Bedoya Pereda.

En 1836 establecería un almacén y casa editorial de música y se entregaría, además, a la enseñanza del arte del piano. Discípulos suyos serían destacados concertistas como Manuel Saumell Robredo, Pablo Desvernine y Fernando Aristi.

Hombre de vasta erudicción, Juan Federico Edelman hablaba correctamente el francés, alemán, inglés, italiano, español, latín y griego. Tocaba, además del piano, el arpa y el flautín, que siempre llevaba en un bolsillo del chaleco. Conocía a la perfección los instrumentos musicales por lo que era armonista y contrapuntista consumado, notable repentista y tan conocedor de la orquesta que escribía para ella sin hacer partición.

Poseía una admirable capacidad de improvisación sobre cualquier tema que se le daba. Tanta, que se cuenta que en una ocasión, durante un concierto, un bromista, quieriéndole hacer pasar un mal rato, le entregó una contradanza llamada «Los Pelicanos» que Juan Federico Edelman no había visto en su vida y que por su ritmo debía ofrecerle un gran nivel de dificultad en su ejecución. Sin embargo, apenas el pianista pasó un par de veces su vista sobre la composición, la colocó en el atril y la ejecutó a la perfección, variándola hasta el infinito entre los frenéticos aplausos de los presentes.

Curiosamente, y a pesar de su indiscutible talento de Juan Federico Edelman, su carácter amable y modesto no era dado a la fama, por lo que sólo públicó dos composiciones para piano: una titulada «Fantasía» y variaciones a la Polaca guerrera de Ole Bull y al «Carnaval de Venecia».

A su muerte, acaecida en La Habana el 20 de diciembre de 1848, dejó inconclusa una sinfonía a gran orquesta y banda militar titulada «La batalla de Isly», dedicada al príncipe Joinville, y numerosos conciertos, sonatas, fantasías y arreglos para piano solo y para piano y orquesta.

Pianistas contemporáneos de Juan Federico Edelman como Adam, Mehül, Berton y otros grandes maestros, acreditan su éxito no sólo al innegable talento que poseía, sino también a una conducta irreprochable durante su permanencia en el Conservatorio de París, una conducta que jamás varió a lo largo de su vida.

De sus tres discípulos más notables: Saumell, Desvernine y Arizti, los dos últimos terminaron sus estudios en París (donde había comenzado su maestro) bajo la dirección del célebre Friedrich Kalkbrenner.