José Victoriano Betancourt, junto a Antonio Bachiller y Morales, formó parte de aquellos hombres de letras que se reunieron alrededor de, una de las primeras revistas literarias de La Habana, La Siempreviva (1838-1840) y que ayudaron a revitalizar a la intelectualidad cubana, asentando el orgulloso sentimiento de cubanía. Contemporáneos al renacentista gobierno del Capitán General Miguel Tacón comenzaron a realizar una labor periodística y testimonial indispensable para salvaguardar las características más extravagantes, sorprendentes y resaltables de la sociedad habanera de la época.

En el siglo XIX aquellas crónicas costumbristas recibieron especial atención por parte de los investigadores como don Fernando Ortiz (quien refutó muchos de los estigmas racistas que algunas de estas crónicas tenían), Emeterio Santovenia (considerado el biógrafo de José Victoriano Betancourt) o el primer historiador de la ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring (quien desde la Oficina del Historiador de la Ciudad impulsó la edición de un libro con las crónicas costumbristas de este escritor).

José Victoriano Betancourt, el abogado que contaba una ciudad

Siendo apenas un niño vino a La Habana de la mano de sus padres ( José María Betancourt y María de los Santos Gallardo) pues había nacido en Guanajay (actual provincia de Artemisa) un 9 de febrero de 1813. Con once años matriculó en el Colegio Seminario de San Carlos donde recibió lecciones de Derecho Patrio y Romano por parte del ilustrísimo abogado, Dr. José Agustín Govantes. Se graduaría de Bachiller en este centro el 12 de agosto de 1832. Al establecerse la Audiencia Pretorial de La Habana (por Real Decreto del 16 de junio de 1838, instalada en el palacio de Gobierno e inaugurada el 8 de abril de 1839) fue el primero en recibir el título de Abogado.

José Victoriano Betancourt

Al graduarse comenzó a ejercer en el bufete del Licenciado Anacleto Bermúdez, a quien le unían relaciones de parentesco. Sería entonces cuando, en palabras de Emeterio Santovenia, comenzaría a ejercitarse en la ciencia del letrado, fortalecerse como jurisconsulto y cobró el jurista cariño entrañable, hasta el punto de señalarse por su erudición.

Dedicó sus mejores años a la abogacía y muchos de sus artículos de costumbres están referidos a este sector de su actividad. Es indisoluble, por tanto, encontrarnos con el espíritu del letrado en sus artículos, desde esos mismos ojos analiza y retrata a la sociedad habanera en sus escritos.

La noche intelectual habanera

En 1840 pasó a formar parte de la Sociedad Económica de Amigos del País (en aquel bienio el Director de la decana de las corporaciones cubanas era José de la Luz y Caballero) como socio de número, y se trasladó a Matanzas donde estableció su propio bufete.

Al año siguiente se casó con Luisa Salgado y Jerez (1817?-1905) con la cual tendría once hijos. Volvería a establecerse en La Habana sobre 1860 cuando su compañero de infancia, José Valdés Fauli, le hizo socio de su bufete. Este regreso a la capital sería altamente fructífero para el desarrollo de su prosa, exigida en las constantes y distinguidas reuniones de Domingo del Monte.

Luis Victoriano Betancourt (1843-1885) uno de los hijos de José Victoriano, escritor y periodista que se unió a la manigua durante la Guerra de los Diez Años.

Citamos al doctor Santovenia quien señala que la vuelta de Betancourt a la capital de la Isla fue el principio de veladas inolvidables. Organizándolas él, mecenas dignísimo, con el ilustrado y eficaz concurso de poetas y prosadores amigos. Duraron aquellas aproximadamente nueve años; no pasaron de ese término sus días de sosiego en La habana. Noche tras noche concurrían a su casa escritores como (Rafael María) Mendive, (Juan Clemente )Zenea, (Joaquín Lorenzo) Luaces, (José) Fornaris, Luisa (Pérez de Zambrana) y Julia Pérez (Montes de Oca), Andrés Clemente Vázquez… De arte y literatura tratábase con gusto refinado. Música, recitaciones, lectura de trabajos preciosos: he ahí el alimento espiritual de los agrupados en torno de José Victoriano Betancourt.

Conspirador y revolucionario

En palabras de su biógrafo Emeterio Santovenia:

«No permaneció ajeno á la conspiración por efecto de la cual fueron procesados, en Marzo de 1849, Cirilo Villaverde, Miguel T. Tolón y Sebastián Alfredo de Morales, y condenados los dos primeros á la pena de muerte y el tercero a ocho años de confinamiento. Amigo íntimo de dichos conjurados, presuroso estuvo en enterarse de lo que se fraguaba y llegó á ser depositario de documentos trascendentales relativos al malogrado intento.


¿Se amilanó algo en el nuevo trance? Quizá. Mas ni este fracaso, ni el de las agitaciones promovidas por López,
Agüero, Armenteros, Pintó, Estrampes y tantos y tantos mártires de la Independencia de Cuba, ni la misteriosa muerte de Anacleto Bermúdez, su insigne fautor, habían de hacerle abandonar la causa abrazada con fe y amor ilimitados».

Aquel tremendo ambiente cultural germinó en un pensamiento de cubanía que con los vientos de la independencia sonando, desde el 10 de octubre de 1868, en Oriente provocaron que José Victoriano Betancourt tuviera que exiliarse en México -dos de sus hijos se alzaron en la manigua- durante el año 1869. Allí en México fallecería un 13 de marzo de 1875.

Un hombre de letras

A lo largo de su vida practicó la poesía (incluido el repentismo y la improvisación), la prosa, el ensayo, la crítica social y el curioso arte de la crónica costumbrista que le perpetuó en la memoria colectiva y cultural cubana. Su figura, marcada por la política, sufrió el silencio oficial durante los últimos 25 años de dominio colonial español pero en el período republicano fue rescatada a través de diversos estudios y artículos en prensa escrita.

En sus artículos defendía la laboriosidad y el espíritu emprendedor del cubano y atiza con fiereza la holgazanería, el bandolerismo y las vallas de gallos (en general todos los juegos de apuesta y de azar). Quizás algunos de sus textos resulten ahora conservadores o reaccionarios, pero es justo entenderlos en su contexto y acercarse a ellos como postales detallistas de una realidad de la cual apenas conservamos ligeros jirones. Ahí radica la riqueza de su prosa, con el oficio de un letrado, recorre y examina todos los detalles disponibles a su alcance, y los coloca ante el lector para que este se sienta parte del teatro retratado por la crónica.

huracán de 1846

Uno de los poemas (Al huracán de 1846) más conocidos de José Victoriano Betancourt está dedicado al terrible ciclón que asoló a La Habana en el siglo XIX. Dicho poema fue reproducido en diversas publicaciones como El Prisma de La Habana o el Aguinaldo Matanzero, pero sería en el segunda edición de Cuba Poética que los directores de la misma (José Fornaris y Joaquín Lorenzo Luaces) le incluirían entre los grandes poetas cubanos del período. A continuación una de esas estrofas.

Suspende ¡oh. Dios! suspende
Tan rudo estrago, que un instante solo
Que el huracán sus espantosas alas
Sacuda sobre el mundo estremecido
Lo hará pedazos mil : mira tus templos
Cual porcelana frágil destrozados;
Mira esos lagos, verdes campos fueron
Hace un instante, de esperanzas ricos:
Los hombres que afanosos los labraron
Ya su fatiga y porvenir perdieron.