Un 10 de mayo de 1878 a las diez de la mañana, se produjo el deceso de la joven María Cristina García Granados y Saborío, mejor conocida como “La Niña de Guatemala”.

Ha transcurrido más de un siglo, y aún en tertulias literarias, históricas, familiares o sociales, se debate entre pensamientos científicos y pasionales, si aquella joven de tan solo 18 años, pudo haber muerto de amor, como afirmó nuestro José Martí en sus versos sencillos.

La Niña de Guatemala y Martí

Hija del General Miguel García Granados, expresidente de Guatemala, María fue una joven culta, que, al conocer a Martí, crea un afecto mutuo que supera la amistad.

Martí le habló, de su compromiso de casamiento con Carmen Zayas Bazán y comete el pecado de: “DEJARSE QUERER”… Martí regresa a Guatemala, en compañía de su esposa Carmen Zayas Bazán y no visita más la residencia del padre de María.

Se dice que María, acatarrada, aceptó ir a nadar con una prima a un río cercano, empeora y muere a causa de una enfermedad respiratoria.

José Martí se entera de la muerte de ella y muy impresionado, va al cementerio. La encuentra tendida en su lecho de muerte y se queda en el cementerio junto a la tumba, hasta que el sepulturero le pide que salga.

A mediados de 1891, trece años después de haber fallecido la joven, José Martí publica los versos sencillos en Nueva York, donde afirma en el poema IX que:

«(…) era su frente- ¡la frente que más he amado en mi vida! …»

Trabajadores del Cementerio General de Ciudad Guatemala relatan que la tumba de María García Granados, es una de las más visitadas en el camposanto.

La Niña de Guatemala se hace versos

Poema IX de Versos Sencillos
(La Niña de Guatemala) 

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la Ñiña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡ la frente 
que más he amado en mi vida!...

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.