Francisco de Arango y Parreño, la gran figura de la importante Generación del 92, líder de la ilustración reformista cubana que legó al país el primer proyecto de Nación, nació en La Habana, un 22 de mayo de 1765. Tendría una larga y provechosa vida intelectual en los campos de la política, el derecho y la economía.

Proveniente de una familia acaudalada, el joven Arango fue un estudioso voraz, lo que le permitió destacar en los centros de estudio por los que transitó como El Seminario de San Carlos y San Ambrosio, o la Facultad de Leyes de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana, donde además destacó en la oratoria, arte que llegaría a dominar a muy altos niveles, de hecho es considerado junto a Martí y Manuel Sangùily como uno de los exponentes más altos de la oratoria en Cuba.

Francisco de Arango y Parreño
Francisco María de la Luz de Arango y Parreño

En La Habana su labor política abarcó desde puestos de suma importancia en el Ayuntamiento de La Habana como: como primer síndico del Real Consulado, asesor del Tribunal de Alzadas, hasta puestos como: director de la Real Sociedad Patriótica de la Habana, redactor y administrador del Papel Periódico de La Habana. En 1812 resultó electo Diputado a Cortes, consejero del Consejo de Indias y miembro de la Junta Real para la Pacificación de las Américas, durante 1816.

Francisco de Arango y Parreño y el modelo plantacionista

Francisco de Arango y Parreño es un fundador, su importancia en la conformación de la primera corriente de pensamiento reformista en Cuba y en la creación de la Real Sociedad Económica Amigos del País en 1791, así lo indica. Pero fue también -como hijo de su tiempo- un hombre controvertido, defensor a ultranza de la monarquía, impulsor de la trata negrera como fuente de sustento del modelo económico del país que era el trabajo esclavo, y autor de la tesis del sistema más adecuado de explotación de dicha fuerza productiva.

En gran medida el auge de la plantación esclavista, como fuente originaria de riquezas del modelo económico cubano, se debe a su labor e ideas, pues como Apoderado del Ayuntamiento de La Habana en la Corte -cargo que ocupaba desde 1788-, Arango y Parreño logra la aprobación, por el Rey Carlos III, de la Real cédula del 6 de febrero de 1789 que autorizaba la libre introducción de esclavos en Cuba; sus ideas, desarrolladas en el famoso discurso titulado “Sobre la agricultura en La Habana y medios de fomentarla”, delinearon la economía del país en el siglo XIX.

Como consecuencia de la libre importación de negros al país se producirá un desbalance del equilibrio de razas, el fantasma de Haití comienza a rondar la cabeza de los patricios de la generación 92. Francisco de Arango y Parreño propondrá entonces la tesis del blanqueamiento de la isla a través del fomento de la colonización blanca, gracias a eso ingresan al país decenas de familias canarias, gallegas y catalanas.

Francisco de Arango y Parreño

Su trayectoria política en Cuba, México o Santo Domingo, -en esta última fue oidor de la Audiencia de Santo Domingo y síndico perpetuo del Real Consulado de Agricultura y Comercio-, y España le hicieron acreedor, a petición del Ayuntamiento de La Habana, del título nobiliario de Marqués de la Gratitud, decretado por la Reina María Cristina el 20 de mayo de 1834, aunque la célebre burocracia española no expidió el Real despacho que lo validaba hasta 46 años después, firmado por el rey Alfonso XII, el 10 de junio de 1880.

Ya para entonces Francisco de Arango y Parreño había fallecido en La Habana el 21 de marzo de 1837, por lo que el marquesado le fue otorgado directamente a su nieto, Francisco Miguel de Regla de Arango y Herrera. Dicho título aun está vigente, ostentándolo un descendiente suyo llamado Juan Tomás O’Nagthen y Chacón.