A comienzos del Paseo del Prado, cerca del Malecón, se erige el monumento a Juan Clemente Zenea.

Está sentado sobre una peña de mármol blanco y casi parece, por el realismo de la pieza, que su broncínea figura se levantará en cualquier momento. Tal vez para declamar uno de sus poemas, o arremeter contra el colonialismo español.

Pero el bardo Juan Clemente Zenea no se encuentra solo, en la región inferior de la peña vislumbramos a una mujer desnuda, de talle grácil. Sostiene una lira, tal vez sea Érato, la mismísima musa griega que visita a uno de sus hijos cubanos.Lo acompañan también, grabados en la parte posterior del mármol, sus versos «A una golondrina»; conmovedora muestra de su sentir.

Porque Juan Clemente Zenea no fue solo uno de los grandes exponentes de la poesía romántica en la Isla, también se dedicó a la causa anticolonialista, razón por la que fue exiliado y en un regreso a su amada Cuba, fusilado.

Bayamés de nacimiento (24 de febrero de 1832), aunque en la adolescencia se radicó en La Habana. Desde muy joven se abre camino en el mundo del periodismo, y ya en 1849 era redactor del habanero «La Prensa».

Debido a sus afiliaciones políticas fue desterrado y marchó a Nueva Orleans y continuó su labor como periodista y antiespañol.

Regresa a Cuba, donde vivió durante diez años, para luego emigrar y colaborar en periódicos y revistas de varias naciones.

En 1870, Juan Clemente Zenea regresó a Isla de forma clandestina a instancia del autonomista Nicolás de Azcárate con propuestas de paz para el gobierno de la República en Armas. Luego de entrevistarse con Carlos Manuel de Céspedes, es apresado por fuerzas españolas.

Las autoridades no respetaron su salvoconducto y tras ocho meses de incomunicación en la fortaleza de La Cabaña, fue fusilado en 1871.

Juan Clemente Zenea
Estatua a Zenea en la actualidad. (Foto de Milvia Céspedes del 4 de octubre de 2020 para el grupo Fotos de la Habana)

Sobre Juan Clemente Zenea pesó por muchos años el injusto estigma del traidor, como consecuencia de la mala impresión que le causó a Ana de Quesada – quien le acompañaba cuando le apresaron y fue quien difundió esta versión en el extranjero – el hecho de que tratara de enseñarle a los soldados que le capturaron el salvoconducto español.

En la década de 1920, por gestiones de Piedad Zenea, su hija, fue hecho el monumento a Juan Clemente Zenea por el español radicado en Cuba Ramón Mateu.

Juan Clemente Zenea
Reconstrucción del Prado alrededor de la estatua a Zenea. (Foto tomada del muro de Facebook de Julio César Guanche)

Versos grabados en la parte trasera de la estatua a Juan Clemente Zenea

A una golondrina.
Mensajera peregrina
que al pie de mi bartolina
revolando alegre estás,
¿de do vienes, golondrina?
Golondrina ¿a dónde vas?

Has venido a esta región
en pos de flores y espumas,
y yo clamo en mi prisión
por las nieves y las brumas
del cielo del Septembrión.
 
¡Bien quisiera contemplar
lo que tú dejar quisiste;
quisiera hallarme en el mar,
ver de nuevo el Norte triste,
ser golondrina y volar!
 
Quisiera a mi hogar volver,
y allí, según mi costumbre,
sin desdichas que temer,
verme al amor de la lumbre
con mi niña y mi mujer.
 
Si el dulce bien que perdí
contigo manda un mensaje,
cuando tornes por aquí,
golondrina, sigue el viaje,
y no te acuerdes de mí.
 
Que si buscas, peregrina,
do su frente un sauce inclina,
sobre el polvo del que fue,
golondrina, golondrina,
no lo habrá donde yo esté.
 
No busques volando inquieta,
mi tumba oscura y secreta.
Golondrina ¿no lo ves?
En la tumba del poeta
no hay un sauce ni un ciprés.