Enriqueta Favez Cavin, tuvo la desgracia de nacer en 1791 y ser mujer con sueños y apetencias escandalosos para su época. De haber venido al mundo en este siglo, no importa si en Suiza o Cuba, pudiera haber sido cirujana sin hacerse pasar por hombre.

¿Que aún así quería trasvestirse?, pues sin mayores consecuencias, tal vez uno que otro asombrado, pero nada de juicio y condena. En esta centuria ya no es noticia el amor lésbico, formaría parte de la comunidad LGBTIQ+ e incluso defilaría el 17 de mayo.

Pero se adelantó 200 años y no lo tuvo nada fácil. Su tío, tutor legal y por demás señas militar, notó que Enriqueta estaba más identificada con modales y labores consideradas masculinas y decidió casarla con apenas 15 años.

¿El elegido? Juan Bautista Renau, también oficial de Cazadores de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte. Enriqueta Favez solo puso una condición, lo acompañaría a emprender la campaña bélica en Alemania, pues de quedarse en casa aburrida ni hablar.

En batalla vio morir a su marido, y con solo 18 años quedó viuda y perdió además a una bebé de solo ocho días. Estos acontecimientos la marcaron con tristeza, pero decidió continuar con su vida y hacer lo que realmente consideraba su vocación, esta vez su tío cedió.

Para estudiar en la Universidad de París se hizo pasar por oficial militar con el grado de su difunto esposo y con apenas 20 años recibió el título de médico.

Se alistó como cirujano militar en el Ejército con el nombre de Enrique Favez y fue enviado con las tropas francesas a la conquista de Rusia, allí reencontraría a su discreto tío.

Al fracasar esta campaña son destinados a España, donde muere el familiar que después de todo la apoyó. Ahora la certidumbre de la soledad pesa más que nunca.

En 1814, una vez culminada la guerra, solicitó un permiso para trasladarse a la caribeña isla de Guadalupe, pero tal vez por el encanto o las recomendaciones, llega a Santiago de Cuba el 19 de enero de 1819 y el 3 de marzo se traslada a Baracoa.

Reconstrucción del rostro de Enriqueta Favez

Ahí se hizo de una clientela de recursos, era el mejor doctor y probablemente el único higiénico. Pero no todo era trabajar para los pudientes, atendía gratuitamente a las personas pobres, se dedicó a la alfabetización y educación de negros, tanto esclavos como libres.

Estos actos de bondad y rebeldía despiertan tanto la admiración y amistad de unos como la envidia y animadversión de otros grandes señores.

Gracias a sus acciones desinteresadas conoce a su gran amor y futuro veneno, Juana de León Hernández – huérfana que se encontraba en una situación de pobreza absoluta- enferma en cama producto de la anemia y una severa afección pulmonar. Enrique le propone vivir juntos para que pueda estar sana y confortable, y con una asombrosa sinceridad le revela sus verdadero ser y prometen guardar silencio.

Favez se traslada a La Habana para validar su título, obtener una carta de residencia y demás preparativos para la boda.

Todo marcha según lo previsto para la feliz pareja, el matrimonio transcurre bien de 1819 a 1822. Juana cada día más recuperada y Enrique por su pericia como doctor hace buen dinero y reputación, pero esto no les impide tiempo de ocio, se relacionan con otras parejas de importancia social.

Parecía que nuestra heroína después de tantos padecimientos había logrado la vida que siempre deseó: ser un buen cirujano y estar acompañado por una amorosa mujer.

Pero un fatídico día de 1822 Enrique se encontraba ebrio en su habitación y con la camisa desabotonada cuando entró una criada que la reconoció como mujer. Al día siguiente el matrimonio trató de sobornarla, pero era tarde, ya lo había comentado, el rumor se esparcía por el pueblo.

El tío de Juana, José Antonio Hernández -que hasta ese momento nunca se había preocupado por su sobrina-, le exigió la verdad y ambos acordaron que lo mejor para la familia era que ella denunciara a Enriqueta.

Juana, ingrata, pide la nulidad del matrimonio e interpone una denuncia a la «mala criatura que la enagañó«. Entre otras linduras la llama monstruo, inmoral, mujer perversa, impostora. Declara que fue engañada y que al momento de haber descubierto el verdadero sexo de su esposo no ha perdido un minuto en llamar a las autoridades, espera que Enriqueta Favez sea conducida a la prisión y sean embargados sus bienes.

Interrogado, humillado hasta el cansancio, Enrique se aferraba a su postura varonil, pero al ver llegar a los médicos para el examen físico confiesa el «pecado» de ser mujer. Los galenos y autoridades, con morbosa curiosidad, de todas formas la examinan.

Casi pierde la razón en la cárcel, tal vez lo más fuerte es saberse traicionada por su Juana. Se le recoge el título de cirujano y demás pertenencias de este tipo y es condenada a servir en la Casa de San Juan Nepomuceno, La Habana, por cuatro años para luego ser deportada lo más lejos posible e impedida su entrada a cualquier dominio español bajo pena de doble reclusión.

No cumpliría su sentencia completa, en 1824 por un intento de suicidio, es trasladada en una goleta a Louisiana, donde tiene parientes muy lejanos.

Allí ingresó a la Sociedad de Hijas de la Caridad, realizó obras de beneficencia y se desempeñó como enfermera con el nombre de Sor Magdalena. Es curioso que con los años Enriqueta Favez llegó a ser la Madre Superiora de la Congregación, un alma tan dadivosa y resuelta nunca pasa indiferente.

En 1846 intenta Enriqueta Favez viajar a Cuba, pero desiste al enterarse de la muerte de Juana. Aún después de todo el sufrimiento que le había provocado, la amaba desesperadamente, su vida se va apagando hasta que el 17 de julio de 1856 muere.

Enriqueta Favez: la estatua y la reivindicación

Estatua de Enriqueta Favez
Estatua de Enriqueta Favez en la Alameda de Paula

Siglo XXI, llegó el momento de la reivindicación, de reconocer a esta fémina transgresora y agradecerle por los servicios brindados a Cuba. Ahora, con la magia del escultor José Villa Soberón, revive en la Alameda de Paula cerca del último lugar donde ejerció la medicina en Cuba. Congelada en pleno caminar, una mujer de bronce que decidió andar vestida de hombre.
Gracias Enriqueta, Enrique -como prefieras- por ser ejemplo de vocación y valentía.