A Emiliano Salvador el ritmo le venía en las venas a través de su Puerto Padre natal. Ese sello rítmico que le surgía natural, dotando a su música de una fluidez y exuberancia sonora fácil de distinguir, sería elogiado por la crítica y los músicos que trabajaron junto a él, pero sobretodo le permitió trascender, dentro del selecto club de pianistas cubanos, como el encargado de renombrar el jazz afrocubano. Si algo ha sobrado en esta isla anclada en el Caribe es talento musical y ritmo, a Emiliano Salvador le sobraban ambos.

Nacido para el ritmo

Aún no había nacido en el oriente del país cuando Mario Bauzá, ese genio siempre mencionado a la ligera, le presentó al maestro de la armonía, Dizzy Gillespie, un desconocido tamborero «que no habla inglés, pero que se hace entender con la palma de sus manos«. Se refería Bauzá a Chano Pozo, el tambor de Cuba, y quizás sin saberlo estaba favoreciendo la unión que formalizaría para siempre la presencia e influencia musical de las raíces cubanas en el jazz.

Como el nacimiento del jazz afrocubano es imposible de establecer con exactitud no debemos olvidar al magnífico arreglista Chico O’Farrill en esta terna que cimentó las bases del futuro jazz afrocubano, integrante, como Bauzá, de la banda del eximio Machito Grillo, quien abrió el camino de la música latina en los salones refinados de Nueva York.

Quien esto escribe apenas reconoce los acordes musicales más simples, pero hay ritmos y melodías que son reconocibles incluso a través del mar que físicamente me separa de la isla en la cual nací.

No puedo escudriñar la complejidad sonora, esos hilos internos del oficio del intérprete, sin saber el sacrificio que conlleva clavar una nota, mas puedo hablar de dolor, distancia y fe, sentimientos universales que la música tiene el don de ordenar y definir.

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Emiliano Salvador, Paquito D’ Rivera y Carlos del Puerto, en «El Trío» agrupación en la cual Emiliano tocaba también, ocasionalmente, la batería demostrando el virtuosismo que tenía con este instrumento

Salvador es un pianista idiomático, complejo, que alterna pasajes punzados, rayos ocasionales de improvisaciones lineales en bemol…

The Globe and Mail

Con la música de Emiliano Salvador me sucedió una especie de deslumbramiento que me obliga a aplacar la pasión y a no dejarme llevar por la euforia melancólica que me provoca. Lo descubrí con veinticinco años y viviendo en un invierno europeo, gris y denso como todos los inviernos, cuando el caprichoso algoritmo de Spotify reprodujo una de las canciones de «Nueva Fusión», quizás el verdadero comienzo de lo mejor de Emiliano Salvador.

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El viaje que evocaba en Puerto Padre -y en la entrada de las trompetas en El Montuno- me recuerdan levemente a composiciones solemnes como «Cuban overture» de Gershwin o «Suite exótica de las Américas» de Pérez Prado, e incluso reminiscencias del «Stone Flower» de Antônio Carlos Jobim, debido a la magnificencia con que divide la pieza expresando distintos estados de emoción sin perder el hilo orquestal que hace de ancla y ambiente.

Puerto Padre es un viaje nostálgico al pasado, pero diciendo, «este soy yo, y si estoy homenajeando lo que me ha traído hasta aquí, lo hago con mi vocabulario actual«. Ese poder melancólico trasciende a través del ritmo, sin oscuridad ni rencor, y a través del ritmo luce su esperanza con un lenguaje claramente cubano, natural y orgánico. Emiliano Salvador es brillo excelso en el detalle, pero también es densidad in crescendo.

Es el juego evocador, popular y directo que no rehúye puntos comunes con otros ritmos musicales para cimentar su propio sello dentro del espectro del jazz afrocubano. Su padre, Emiliano Salvador Sr, cuando le obligaron a cambiarle el nombre a su jazzband «Los Perversos» o «Ritmo Perverso» decidió ponerle «Los Embajadores del Ritmo«.

Se entiende entonces la raíz de Emiliano Salvador, pero se sufre con la injusticia del destino que se lo llevó con apenas 41 años. Con él, leyenda rotunda y tangible dentro de lo que es el jazz afrocubano, no dejaremos de preguntarnos nunca si lo mejor estaba por llegar, estas genialidades que nos legó, como notas de un aprendiz en ascenso, ¿qué son?

En la tormenta musical cubana el piano del tunero, Salvador de lo popular y maravilloso del campo cubano, rezumba como los golpes de un heraldo rítmico, poético, glorioso.

Emiliano Salvador, de Puerto Padre vino una leyenda

El cieguito maravilloso, Arsenio Rodríguez, dijo de Lilí Martínez Griñán, ¡Es la perla de Oriente!, de Emiliano Salvador, perteneciente a otra generación, decimos ¡Es la perla de Cuba!

Su maldita, inoportuna muerte en plena madurez, y cuando empezaba a recibir una absoluta aceptación como compositor, no debe alejarnos del magnífico legado que deja su discografía, considerado unánimemente –Chucho Valdés también lo afirma- como el pianista más brillante de su generación.

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Emiliano Salvador. Todas las imágenes están tomadas de internet

De niño recibió unas pailas, y con ellas comenzó a crear música, percusionista natural, el piano luego fue un medio de expresión más complejo, en armonía con su talento e inquietud creativa. Había nacido un 19 de agosto de 1951 en Delicias, Puerto Padre, Las Tunas. Falleció un 22 de octubre de 1992 en La Habana con una carrera excelsa pero en pleno ascenso. A su única hija Angélica, le dedicó una de las más reverenciales composiciones en su disco de debut «Nueva visión«.

En la actualidad la Casa de la Música de Las Tunas lleva su nombre, igual que una «Cátedra de Música Popular» en la Escuela Nacional Arte. Su talento ha influenciado a los grandes pianistas contemporáneos cubanos Gonzalo Rubalcaba -también excelso percusionista-, Ernán López Nussa, Roberto Julio Carcassés, Robertico Fonseca, Harold López Nussa y el resto de la inagotable cantera pianística cubana.

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Parque Emiliano Salvador en Puerto Padre, en memoria del músico tunero más reconocido, dentro y fuera, de Cuba