El torreón de Marianao se construyó en las cercanías de la desembocadura del río Quibú, a la par del de San Lázaro, en algún momento entre las últimas décadas del siglo XVIII (algunas fuentes aseguran que en 1684), como parte del sistema defensivo de la ciudad de La Habana.

Para su erección el gobernador de la Isla, José Fernández de Córdoba, recibió por Real Cédula la cantidad de 1 500 pesos, pero no queda claro si se llegó a terminar dentro de los límites del mando de este, que concluyó en el año 1685.

Una leyenda para un torreón de Marianao

Hasta aquí los hechos que se pueden probar con la documentación existente. Sin embargo, alrededor del torreón de Marianao, la tradición oral ha tejido una historia mucho más interesante.

Cuentan que entre los primeros vecinos que se asentaron a orillas del río Quibú se encontraba una señora de nombre Maria Navo (de donde luego se derivaría el término de Marianao, por aquello de «allá, donde María Navo»), que prosperaría y llegaría a distinguirse por encima del resto de los habitantes del primitivo caserío.

María Navo (o Nabo) vio su rancho arder en varias ocasiones por culpa de los ataques de los piratas franceses, que no contentos con las presas que hacían en el mar atacaban constantemente los pequeños asentamientos costeros.

Cada vez que esto ocurría, María Navo y Compañía debían cargar con todos sus féferes y ocultarse en la manigua hasta que los piratas se aburrían y reembarcaban, lo que, por supuesto, acarrea a un sin fin de incomodidades.

Cansada de semejante inseguridad, asegura la tradición oral que fue María Navo quien dio el dinero necesario para que se construyera la fortificación que luego sería conocida como Torreón de Marianao y en la que se podía vigilar el mar de día y de noche con la ayuda de sus vecinos.

Real o no la historia de María Navo, lo que sí es cierto es que el Torreón de Marianao sobrevivió hasta bien entrado el siglo XX.

Si bien se le consideró un atractivo turístico por algunos, o al menos una curiosidad histórica digna de mención en numerosos textos, no tuvo la suerte de que se le preservar a como su contemporáneo el Torreón de San Lázaro y finalmente sucumbió al azote del tiempo y los elementos.