El uso del garrote en La Habana por parte de las autoridades coloniales fue un recurso de carácter político y control social que las autoridades coloniales españoles no dudaron en aplicar para contener cualquier atisbo de rebeldía, fuese de criollos independentistas o negros esclavos que buscaban su libertad.

En la explanada de la Punta el garrote extinguió el último aliento de Narciso López, el otrora oficial de la corona española que casado con una cubana intentó separar a la Siempre Fiel de las posesiones de los herederos de la Corona de Castilla y Aragón en varias oportunidades, hasta la mañana del 1 de septiembre de 1851 cuando fue ejecutado.

Pero desde luego no sería Narciso López el primero ni el último en pasar por el garrote acusado de separatista o independentista, aunque el tratamiento que se le dio a este antiguo oficial realista y gobernador de Trinidad estaba considerado como la mayor de las represalias posibles hacia su persona, legado y significación dentro de la isla. Evidenciando que el garrote vil representaba el más humillante y performático de los medios para acabar con la vida de los reos y enemigos de España.

Cómo llegó el engendro a La Habana

El héroe indígena por antonomasia, el cacique Hatuey, está considerado el primer ajusticiamiento ocurrido en la isla de Cuba durante la conquista por parte de los colonizadores españoles. Aunque es muy probable que otros aborígenes anónimos fuesen pasados por las armas, la valentía de este cacique marca el primer hito de rebeldía en la Mayor de las Antillas. Desde entonces el método de la hoguera fue sustituido por el pistoletazo a boca jarro y posteriormente la horca.

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La historia del garrote en La Habana se inicia con la construcción en Puerto Príncipe en 1832 del macabro instrumento con un costó de 170 pesos.

Según las actas del Cabildo Habanero no es hasta el 18 de abril de 1812 que el Gobernador Juan Ruiz de Apodaca hace cumplimiento de la Real Orden del 24 de enero de 1812 que buscaba ahorrar a los familiares del condenado el espantoso suplicio de la horca, con su consumada agonía, al tiempo que…

«el suplicio de los delincuentes no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación Española, han venido en decretar, como por la presente decretan: Que desde ahora quede abolida la pena de horca, substituyéndose por la de garrote para los reos que sean condenados a muerte».

El garrote en esos tiempos ya tenía varios apellidos en dependencia del condenado y sus crímenes. Solía nombrarse «garrote ordinario» a la pena impuesta a los reos comunes, el término «garrote noble» se aplicaba a los hijos o descendientes de hidalgos que cometían algún asesinato o traición; mientras que el peor término (y el que ha perdurado en la mayoría de los escritos) era el «garrote vil» el cual se usaba para designar a los traidores de la corona (independentistas, anexionistas) y a aquellos condenados cuyos crímenes se consideraban agraviosos en extremo.

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El garrote en La Habana fue evolucionando desde esta primigenia máquina hasta otras «más precisas y modernas» en el lúgubre acto de acabar con la vida de los reos

La diferencia entre estas categorías radicaba en el tortuoso recorrido que los condenados sufrían hasta llegar al patíbulo. De acuerdo con el eminente doctor Antonio Barreras y Fernández en su Estudio Médico-legal del garrote en Cuba (1927) los condenados a garrote ordinario eran conducidos al cadalso con caballería mayor y capuz (capucha) pegado a la túnica. Aquellos que sufrirían del garrote noble llegaban al patíbulo en caballería mayor ensillada y con gualdrapa (larga cobertura) negra, mientras que los condenados a garrote vil usualmente eran arrastrados o llevados en canastones encima de caballería menor.

Sobre este último punto detalla, que en el caso de la mayoría de condenados al garrote vil la sentencia se cumplía con rapidez, como en el caso de Narciso López y Domingo Goicuría, una vez era firme la condena se le llevaba a ver al sacerdote para continuar:

«extrayendo al reo de la capilla y siendo arrastrado dentro de un serón pendiente de la cola de un caballo o mula, hasta cierta distancia; después era llevado a pie con los escoltas y los hermanos de la Caridad, hasta el campo de la Punta, donde era ejecutado».

Sin embargo, pese a ser la ubicación de la explanada de la Punta (Ramón Pintó), por su cercanía con la prisión o cárcel Nueva de Tacón, y posteriormente el propio patio interior del recinto carcelario, existieron varias ejecuciones en distintos puntos de la ciudad, desde el foso de la Fortaleza de La Cabaña (conocido como el Foso de los Laureles), pasando por las faldas del Castillo del Príncipe (Domingo Goicuría) e incluso en céntrica posición de la Plaza del Santo Cristo del Buen Viaje.

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Una de las ejecuciones que la prensa internacional recogió fue el de los líderes tabaqueros Francisco León y Agustín Medina. Varios dibujos del suceso han quedado para registrar la presencia del garrote en La Habana. En la imagen se observa la explanada de la Punta con la Cárcel al fondo izquierdo y el patíbulo.

El garrote en La Habana como medio de terror

Debido a que el garrote se consideraba el medio más benévolo de ejecución de los reos condenados a la pena de muerte, sumado al azaroso proceso que era necesario para que la máquina funcionase en óptimas condiciones, muchas ejecuciones se realizaban directamente por fusilamiento (como en el caso de los estudiantes de Medicina).

La primera persona ejecutada por garrote en la jurisdicción de La Habana sería la esclava María Cristina, ejecutada en julio de 1832 por asesinar a un niño bajo su cuidado. Durante los períodos independentistas las dos máquinas primigenias (ubicadas en La Habana y Santiago de Cuba) fueron usadas puntualmente, sobretodo cuando el condenado resultaba una persona influyente y su sufrimiento podía entumecer los deseos independentistas de los criollos.

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El garrote en La Habana también radicó en la Fortaleza de la Cabaña, aunque por norma general allí las ejecuciones eran de carácter militar y por fusilamiento.

De ahí que la imagen de la muerte que persiguió a los criollos en la ciudad durante el período colonial fuese la infame silla del garrote vil. Muchos de los jóvenes nacidos en la Isla de Cuba terminaron extinguieron allí su aliento, junto a presos comunes y a negros esclavos que eran acusados de brujería o de ñañiguismo.

Un problema de Cámara

El representante Antonio Borges en la sesión 83, correspondiente al día 15 de octubre de 1902, planteó la necesidad de deshacerse del garrote en La Habana, que aún se hallaba en el patio interior de la Cárcel de Tacón, pero en vez de destrozarla como proponían otros representantes apuntaba que debía conservarse en un museo en memoria de los cubanos que fallecieron en el garrote vil por intentar que Cuba fuese una nación independiente de España.

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Esta postal muestra otra ubicación del garrote en La Habana, en este caso en el interior de la Cárcel de Tacón. El término garrotero ha quedado en el habla cotidiana para designar a aquellas personas que prestan dinero a cambio de grandes intereses, asfixiando a los deudores.

Esto suscitó un debate polémico sobre la pena de muerte en la naciente República y los medios para llevar a cabo la ejecución de un prisionero, desestimándose momentáneamente la opinión del Sr. Borges de conservar la máquina (o garrote) con finalidad histórica.

Mi objeto era el siguiente; que la comisión de Códigos informase si le era posible, sustituir esa máquina o ese instrumento de muerte por otro de la misma condición, aunque fuera del mismo modelo, pero menos torturante, que hiciera sufrir menos a los condenados a muerte, porque es un hecho que todos los que son ajusticiados en esa máquina patibularia, demoran en expirar 14 o 15 minutos por lo menos, y es por que se encuentra en un estado deficiente, según reconocimiento pericial no sólo por médicos sino por un mecánico que lo hizo en época en que yo era Concejal Inspector de la Cárcel.

Antonio Borges en la sesión de la Cámara de Representantes, el resto de su alegato se encuentra disponible en este link

Aunque durante un largo período, desde el 5 de enero de 1906 hasta el mes de julio de 1926 -durante el primer mandato del General Machado- no hubo ejecuciones por medio del garrote en Cuba. Los gobiernos de Charles Magoon (intervención), José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Alfredo Zayas conmutaron las distintas penas de muerte a los reos condenados, hasta que durante el gobierno constitucional de Machado se retomaron las ejecuciones por medio del garrote, trasladándose la única máquina que quedaba en el país de La Habana, donde se encontraba ya como objeto museable, hasta Santiago.

Escuchemos el relato del Doctor Enrique Henríquez, Médico Antropólogo de Prisiones que en 1940 en el Club Rotario dio una conferencia sobre la pena de muerte y el garrote en la cual explicaba las vicisitudes y sufrimientos de los condenados a muerte por garrote.

El hombre fue conducido al garrote medio desmadejado, sostenido por los sobacos, arrastrando los pies. Lo sentaron en el sillín, le acomodaron el nudo de hierro alrededor de la garganta y se oye entonces esta cosa espeluznante: «‘Estás cómodo?…»-le preguntaba con aparente solicitud el desalmado verdugo. «Agua…, un poco de agua»-balbuceó el mísero, pensando quizás prolongar un minuto aquel horrible fin de su vida-.

«Si, ahora te la darán»-dijo el otro, haciendo una seña a su ayudante-. Dejaron caer bruscamente la hopa sobre el rostro del condenado: ¡zas! una vuelta del garrote; una desesperada contracción de todos los músculos; un estirón de piernas…

El médico tomando el pulso con mano temblorosa. El público horrorizado: ¡esa fue la escena! Bien se comprende que haya muchos fiscales que no quieran asistir a la ejecuci6n de aquellos que ellos mismos envían al patíbulo! (1) En Santiago de Cuba varios condenados, aterrorizados por el fantasma del garrote, se rebelaron en cierta ocasión, y, armados con las barras de las camas, se atrincheraron en la galera.

«Sabemos que tenemos que morir, ¡pero mátennos a tiros!-suplicaban a los soldados que los sitiaban-. ¡No queremos el garrote!…» Finalmente, en su afán de escapar a la siniestra máquina, se lanzaron de cabeza contra los barrotes, con ánimo de matarse. No pudo ser, la justicia había prescrito que la muerte ocurriría en garrote vil y él fueron llevados.

(1)- Se refiere el Doctor Eugenio Hernández a la ejecución en Santa Clara del soldado Julio Quintana Rochina en 1926. El caso generó una gran fractura en la sociedad judicial cubana de la época por la posible condición de inimputabilidad que había asesinado a sus suegros.

Desde el ajusticiamiento de Salvador Aguilera en julio del año 1926, hasta el 20 de mayo de 1929 cuando debía finalizar el mandato constitucional de Machado, fueron ejecutados trece reos más. Los últimos en pasar por las manos del verdugo que operaba el garrote fueron Antonio Padilla y Domingo Betancourt, quiénes robaron y asesinaron a Florencio Camporro, propietario de la casa de empeños El Pensamiento.

La ejecución de estos condenados en 1930 sería la última por medio del garrote en La Habana, pues la caída de la dictadura de Machado, en 1933, significó también el olvido del garrote en La Habana como medio de ejecución, y la propia pena de muerte fue suspendida posteriormente por la Constitución de 1940 para los reos de delitos comunes.