El crimen de la Osa fue uno de esos sucesos que atravesó como un huracán a la sociedad de La Habana en «los locos años 20″. A diferencia de otros hechos de sangre este crimen, que involucraba a miembros de la alta sociedad, quedó marcado a fuego dentro de la memoria colectiva del cubano, ser de por sí imaginativo. La mente individual de cada habanero llenó los enormes vacíos informativos del crimen con cosecha propia.

Motivo este por el cual existen varias leyendas alrededor de este asunto. No es interés nuestro abundar en la crónica roja con ligereza y frivolidad, sino recuperar un género que contó en Cuba con grandes dosis de popularidad y buen hacer. Seremos testigos de un ligero recorrido por la historia de la crónica roja cubana gracias a la pluma de Carlos Robreño, hermano del conocido historiador radiofónico Eduardo Robreño; e hijos ambos del ilustrísimo actor, escritor, humorista y periodista Gustavo Robreño Puentes cuya aportación al teatro vernáculo cubano quedó vinculada eternamente al teatro Alhambra, .

Para los que gusten de este género, en esta página hemos hablado de los crímenes de la calle inquisidor en los cuales estuvieron envueltos los ancestros de nuestra Dulce María Loynaz, además del famoso asesinato de la bataclanera Rachel, conocido como el crimen del siglo y también sobre el polémico tema de los crímenes que el gobierno colonial español le cargó a los ñáñigos e incluso sobre la violencia en las calles habaneras del siglo XIX.

Carlos Robreño escribe para su columna «Cositas Antiguas» del diario El Mundo

La crónica roja ha sido en todos los tiempos te­ma preferente en nuestro periodismo. Siempre ha excitado la morbosa curiosidad, aun del más apacible lector, la puñalada artera que clava el amante burlado en el pecho de su amada, el duelo irregular a tiros entre dos antiguos socios de un negocio más o menos lícito , el plagio de un acau­dalado hacendado, el robo, del cual resultó homi­cidio de unas botijas llenas de onzas y enterradas en una finca cercana o el caso excepcional de bru­jería que unas veces lleva al garrote a «Bocú«* y a Juana Tabares y en otras ocasiones, hace col­garse de una cuerda al inocente «Tin Tán”*.

Por eso en todas las redacciones de los prin­cipales diarios habaneros se ha escogido en todas las épocas para cubrir la parte informativa de este excitante sector, no a un periodista que sólo reúne las condiciones específicas de este profesional, sino también a un hombre que siente vocación sincera por la ciencia investigativa que han popularizado Nick Carter y Sherlock Holmes.

carlos robreno
Carlos Robreño, autor de la crónica del crimen de la Osa

Desde la época de la colonia en nuestros órganos de prensa, todavía de limitaciones aldeana, atendían debidamente las exigencias de dicho público y no era solamente «La Caricatura«, semanario gráfico en que se le daba cabida a todos los hechos de sangre acaecidos en los últimos siete días, sino que los más respetables diarios como eran «La Lucha” y «La Discusión» estaban a caza de esa actualidad que se traducía en aumento de la venta.

Eduardo Varela Zequeira que más tarde fuera Jefe de información de EL MUNDO, habia adqui­rido gran celebridad resecando en las columnas del ya desaparecido «diario cubano para el pueblo cubano» una entrevista en su propio campamento con el temido Manuel García, rey de los Campos de Cuba.

Después fueron muy comentadas sus pugnas informativas con un rival igualmente co­nocido: José Manuel Caballero, así como un reportaje realista sobre la muerte de Esperanza Azcarreta a manos de Pifian de Villegas, hecho acaeci­do en los primeros años de ]a República.

El crimen de la Osa

Pero hoy nos vamos a referir a un suceso ocu­rrido años más tarde, en el segundo decenio de este siglo y en los tiempos en que gobernaba la nación el Licenciado Alfredo Zayas. Se trata del llamado crimen de La Osa aunque antes de seguir la presente narración debemos informar a los jóvenes lectores que así se llamaba una finca rústica que existía en los alrededores del Monte Barreto (cercano a donde desapareció el famoso conde Barreto) y cercana a ese litoral, entonces pedregoso que se extiende al oeste de La Habana y junto al cual actualmente se levantan muchos casinos y balnea­rios de distintas calidades sociales

La concha Playa de Marianao 1910
Zona de la Playa de Marianao, por donde apareció el cadáver del crimen de la Osa. Imagen de 1910.

Pues bien: en tan despoblado lugar la policía encontró sobre las malezas y envuelto en una fina sábana, el cuerpo inanimado de una mujer joven de la raza blanca y al parecer extranjera, aunque este último extremo es siempre muy difícil de­ terminar en los cadáveres, los cuales se ven impedidos de hacer declaraciones para diafanizar su nacionalidad.

Rápidamente, no sólo los cuerpos policiacos, sino también los reporters que cubrían dicho sector en los distintos periódicos, salieron a la calle para investigar, como paso previo, quiénes eran las mujeres no nativas de esta tierra cuya desapa­rición se hubiese notado desde hacia días o sim­plemente horas.

Falsas noticias

Un redactor creyó hallar la clave del crimen misterioso y señaló como presunta víctima a una hermosa francesa, vendedora de caricias que comerciaba con sus encantos en una pequeña casa situada en la esquina de San Lázaro y Blanco, al lado de una bodega que aún subsiste.

La supuesta difunta después de cerciorarse de manera que no dejara lugar a dudas que en la noticia relaciona­da con su muerte el equivocado era el repórter y no ella, acudió a la redacción del periódico donde se había informado su brusco fallecimiento con objeto de desmentirlo y como ya entonces, al me­nos a los presuntas cadáveres no se les negaba el derecho de réplica, se publicó la pertinente acla­ración, así como un retrato de la bella mujer.

Y aunque siempre resulta algo desagradable el leer en vida la crónica necrológica de nuestra pro­pia defunción, la «resucitada» francesa compensó tan mal rato con una popularidad que se traduje en nunca soñadas ganancias.

El desenlace que no hizo honor a la leyenda

El crimen de La Osa continuó envuelto en el misterio durante unos días sin encontrarse una pista satisfactoria, hasta que al fin quedó aclarado- el hecho por un detalle que al principio pasó inadvertido a los detectives tropicales.

Se trataba de una joven norteamericana que había llegado a La Habana con objeto de visitar a un antiguo amigo, joven muy conocido en nuestros clubs elegantes que estaba en vísperas de contraer nupcias con una distinguida señorita, pero estando cumpliendo tal formulismo social, la recién llegada sufrió un des­mayo y murió de repente, que es como antigua­mente se le llamaba a los modernos «infartos».

El futuro desposado, nervioso y temiendo el es­cándalo que produciría un hecho que daría lugar a torcidos comentarios y en definitiva frustrar su matrimonio, llamó a su chofer y entre los dos lle­varon hasta ese lugar solitario los mortales des­pojos de la infeliz norteamericana, desvistiéndola para no dejar huellas fáciles a la investigación pero cubriéndola pudorosamente con una sábana.

Y como por el hilo se saca el ovillo, por el hilo de la fina sábana los cuerpos policíacos dedujeron su procedencia y todo lo demás muy fácil de saber y nunca más se habló de aquel suceso, que nunca constituyó, ciertamente, un crimen.


Ñañigos

*- «Bocú» fue condenado al garrote vil por asesinar a la niña Zoila en uno de los crímenes más repudiados del siglo pasado pues el cadáver fue encontrado desangrado y sin el corazón. Apenas un par de años después, «Tin Tan«, apodo del vendedor de tierra Sebastián Fernández, recibía igual condenada por violar y posteriormente asesinar a otra niña, de nombre Celia.

Ambos sucesos generaron gran repudio social y una ola de racismo contra las sociedades secretas negras, alentadas desde la época colonial, por supuestamente pertenecer estos homicidios a sociedades y ritos ñáñigos. Acusaciones estas nunca probadas.