El Acueducto de Fernando VII llegó en 1835 para dotar a La Habana de vías acuíferas más higiénicas y modernas, pues desde finales del siglo XVI poco a nada se había realizado en este sentido. La ciudad no contaba con una gran inversión que paliase los graves problemas de agua con los cuales luchaba la ciudadanía cotidianamente -y que provocaron el surgimiento del oficio de aguador como contamos aquí– desde que se erigió la Zanja Real.

Pese a la inversión y el interés para que esta obra soliviantase aquellos problemas, la realidad nos demuestra que no sería hasta 1895 cuando el arquitecto Francisco Albear idease el famoso acueducto de Vento (más tarde acueducto de Albear) durante el mando del Capitán General Ramón Blanco y Erenas. Este último proyecto fue el único capaz de resolver el problema del agua en La Habana, aunque el constante crecimiento de la ciudad no tardaría en reclamar otras obras de ingeniería acuífera.

La Zanja Real

El primer antecedente del Acueducto de Fernando VII es, por supuesto, la famosísima Zanja Real que continúa dando nombre a una de las calles más conocidas de la ciudad. Aquella primigenia construcción se inició en 1566 por el maestro Calona y culminó casi 26 años después -alrededor de 1592 aunque las fuentes consultadas disienten en la fecha exacta de finalización- en las manos del maestro de obras Bautista Antonelli (quien erigió el Castillo de los Tres Reyes del Morro o el Castillo de La Punta, entre otras obras claves de aquel siglo en La Habana).

presa husillo

La Zanja Real nacía en una represa conocida como el Husillo -por el original motivo de que los tornillos que accionaban la puerta recibían este nombre- ubicada en el río de la Chorrera (río Almendares). En su recorrido hasta las fuentes de la ciudad de intramuros el agua recorría a través de Puentes Grandes, el Cerro, bordeaba la colina del Castillo del Príncipe y tomaba rumbo a la ciudad por la actual calle Zanja y Dragones hasta bifurcarse dos ramales.

Uno de ellos terminaba en una famosa fuente en el Callejón del Chorro (antigua Plaza de la Ciénaga y actual Plaza de la Catedral y seguía por la calle Empedrado, pasando por delante de la Pescadería de La Habana hasta verter en el mar y recibía el nombre de el Boquete) y el otro continuaba hasta el muelle de Luz.

En tan sinuoso viaje el agua recorría cerca de 11 kilómetros y tuvo un coste de 35 mil pesos que salieron del impuesto acuñado como Sisa de la Zanja que gravaba el jabón, el vino y la carne. Aquel intento permitió a la ciudad disponer de agua, más o menos potable, abundante para la pequeña población que la ocupaba entonces.

El acueducto de Fernando VII

Durante el gobierno del General Francisco Dionisio Vives (1823-1832) se comenzaron las obras de edificación del Acueducto de Fernando VII. De su mandato en la isla las crónicas de la época recogen alabanzas pese a sus arrestos absolutistas. No debemos olvidar que gracias a su gestión se nombró a nuestro ilustrísimo Francisco de Arango y Parreño como intendente de Hacienda, lo cual le granjeó a Vives los favores de las clases criollas más poderosas.

Acueducto de Fernando VII
Imagen actual de una parte del recorrido del antiguo acueducto de Fernando VII

El Acueducto de Fernando VII quedó terminado en 1835, ya durante el mando en la Isla del General Miguel Tacón (1834-1838), hombre que para el poco tiempo que estuvo en nuestras tierras dejó múltiples obras* de la mano de su buen amigo el Coronel de Ingenieros Manuel Pastor quien contó con la colaboración de Nicolás Campos para la finalización del acueducto de Fernando VII .

Esta obra, que había iniciado el General Vives en 1831, terminó costando cerca de 980 mil pesos. El origen del agua que servía el Acueducto de Fernando VII estaba en el río Almendares, en zona cercana a la represa del Husillo de la cual se abastecía la Zanja Real, beneficiándose de la altura el agua bajaba por pura gravedad permitiendo que gran parte del trazado fuese descubierto. Aunque luego a la altura del Puente de Chávez se estrechaba en dos tuberías que recorrían hasta la puerta de Tierra (en la esquina de las calles de Monserrate y Muralla) para desde allí surtir a la ciudad de intramuros.

El proyecto no consiguió cubrir las necesidades de agua de la población, cercana a los 100 mil habitantes y fue necesario mantener en funcionamiento a la primigenia Zanja Real, además de hacer uso de los 895 algibes y 2976 pozos que en aquella época existían en la ciudad.

Tras tomar el agua del Almendares esta era filtrada de cuerpos flotantes por telas metálicas. Luego caían por gravedad en un primer filtro de arena con un espesor de un pie y medio que la limpiaba y de ahí pasaba a reposar a un segundo estanque del mismo tipo en el que se volvía a filtrar. Por último, el agua entraba en las tuberías de hierro fundido del Acueducto de Fernando VII.

Tenía el primer tramo de tuberías del Acueducto de Fernando VII, 18 pulgada de diámetro y se extendía hasta el Cerro; a partir de ahí disminuía hasta 14 pulgadas hasta la Puerta de la Tierra, donde se ramificaba para servir agua intramuros.

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Mapa de la ruta del agua en La Habana Intramuros alrededor de 1850. La entrada se producía por la puerta de Tierra, frente a la calle Ricla (Muralla) donde estaban los tanques y las cajas del agua.

Sus aguas se destinaron para el consumo humano y las de la Zanja Real se continuaron utilizando para todos los demás usos. Aún así, el caudal del Acueducto de Fernando VII resultó insuficiente para las necesidades de La Habana. Proyectado para una capacidad de 4 000 metros cúbicos diarios, los errores cometidos al determinar los diámetros de las tuberías en cada tramo y las presiones en cada punto sólo le permitieron, al final, alcanzar, y eso en sus mejores tiempos 3 850 (unos 18 litros por habitante).

El acueducto de Fernando VII (también conocido jocosamente como Fernando Vil por su desfachatez y total falta de principios y moral) resultó obsoleto apenas 20 años después cuando el ilustrísimo habanero Francisco de Albear realizó su proyecto de 1856, aprobado como acueducto por Real Orden de 5 de octubre de 1858, que tomaba como fuente principal las aguas de los manantiales de Vento, en la margen izquierda del río Almendares.

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Obras de restauración del Acueducto de Fernando VII alrededor de los años 1920

Estos manantiales eran prácticamente colindantes con la finca donde se había retirado el Obispo Almendáriz y que habían dado origen al nombre del río Almendares gracias a la pureza de su caudal.


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Miguel Tacón, Vizconde de Bayamo, bajo cuyo gobierno se construyera el Acueducto de Fernando VII

*- Sobre este Capitán General nos da más detalles el arquitecto Joaquín Weiss.

Comenzó enfrentándose a los elementos maleantes que tenían convertida a La Habana en un garito, persiguiendo a los malhechores que asaltaban y robaban no sólo en despoblado sino en los lugares más céntricos de la capital y erradicando otras lacras toleradas por sus inmediatos predecesores; todo lo cual le granjeó generales simpatías.

Seguidamente, con los recursos propios del gobierno, y a veces mediante concesiones a empréstitos privados. emprendió el más extenso programa de construcciones civiles realizado desde el gobierno del marques de la Torre. Emprendió aquél la erección del teatro que llevó su nombre, fundamento del que posteriormente se llamó Nacional; (actual Gran Teatro Alicia Alonso) del mercado llamado también de Tacón.

De las arquerías de piedra que formaban los mercados de las plazas de Fernando VII (plaza vieja) y del Cristo – antes construcciones de madera-, y de la Pescadería (construcción que ya no existe y que se encontraba en la esquina de la calle Empedrado justo por donde pasaba el conducto de agua que desembocaba en el Boquete de la Zanja Real).

Construyó el vasto edificio de la Nueva Cárcel a la cabeza de la avenida Isabel II (el Prado), y luego de desalojar la parte posterior de la Casa de Gobierno (actual Palacio de los Capitanes Generales, sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad) ocupada por los presos, procedió a ampliar y remozar ésta: al propio tiempo hacía construir en las afueras de la ciudad la quinta veraniega conocida como «de los Molinos» , que, ampliada, utilizaron los gobernadores subsiguientes.

Tacón ordenó en Italia la bella fuente de Neptuno colocada en el muelle del Comercio a la entrada de la bahía; hizo reconstruir la calzada de San Luis Gonzaga -luego calzada de la Reina-, extendiéndola por el nuevo Paseo Militar o de Tacón, formado casi en plena campiña -luego avenida de Carlos III-, y mejoró la pavimentación y el alumbrado de las calles.

Joaquín Weiss en su Arquitectura Colonial Cubana de los Siglos XVI al XIX