El siguiente es un texto del arquitecto Luis Bay Sevilla de su serie Costumbres Cubanas del pasado, publicado en el Diario de la Marina en marzo de 1947. Duelos surgidos en la acera del Louvre consta de una segunda parte que podrá leer aquí.

Duelos en la acera del Louvre

Dijimos la semana anterior que en el siguiente trabajo que escribiéramos referiríamos algunas anécdotas relacionadas con las personas que en el último tercio del siglo XIX frecuentaban diariamente la Acera del Louvre, jóvenes en su mayoría, relacionados por lazos de parentesco con las principales familias de la buena sociedad habanera, muchos de ellos de excelente posición económica y hombres valientes que tenían un alto concepto del honor.

Eso explica la serie de incidentes y de duelos, muchos de ellos de trágicas consecuencias, pues eran duelos y no comedias de duelos, ya que los sables que usaban eran siempre afilados en la casa de Ribis, situada entonces en calle Galiano entre Salud y Reina. Hoy la cosa es diferente, pues los sables suelen con frecuencia llegar al terreno amellados.

Uno de los más sonados lances fue el ocurrido allá por el año 1887 entre el licenciado Francisco Varona Murias, abogado inteligente y periodista conceptuoso cuyas críticas provocaban siempre diversos comentarios, y el también periodista Pascasio Álvarez, director del semanario “El Asimilista“.

El incidente lo originó el artículo que bajo el título de “Tipos habaneros: Los hombres que matan“, publicó Álvarez en dicho semanario, y que Varona Murias estimó injurioso para su persona, por lo que designó a sus amigos Fermín Valdés Domínguez, venerable figura, ya desaparecida, del estudiantado cubano, y al famoso escritor costumbrista Felipe López de Briñas, para que retaran al provocador, que aceptó el duelo.

La primera entrevista con los padrinos de Álvarez, que lo fueron don Manuel Romero Rubio y don Francisco Romay, se celebró el 22 de julio, sin que se llegara a una solución, por la serie de subterfugios planteados por los representantes de Álvarez, que a toda costa pedían la elección de armas para su apadrinado. Y, como al celebrarse la segunda reunión, de nuevo surgieron los mismos obstáculos, Varona Murias, perdiendo la paciencia, hizo publicar en uno de los diarios habaneros, un suelto calificando de asqueroso el artículo publicado por Álvarez a quien calificó de tipo miserable, de vida abyecta y conducta vergonzosa.

Esquina de la famosa acera del Louvre

Como esto era lo que precisamente deseaba Álvarez, es decir, el derecho de elección de armas, colocado ya en el plano de ofendido, por ser un experto tirador de pistola, eligió esa arma con las siguientes condiciones: duelo a quince pasos de distancia, los disparos se harían en el intermedio de la segunda a la tercera palmada y finalmente que el duelo no se suspendería hasta la completa inutilización de uno de los combatientes. Aceptadas integrantemente las condiciones, firmaron el acta correspondiente por Varona Murias, César Aenlle y Ernesto Jerez, y por Álvarez, Ricardo Pastor y Antonio Osuna.

El duelo se celebró en terrenos de la estancia “La Purísima Concepción” conocida también por “Los Zapotes“, situada en la carretera de Güines, no muy distante de lo que era entonces el caserío del Luyanó, actuando como juez de campo J. Martínez Oliva.

Iniciado el combate al sonar la segunda palmada se pudieron escuchar dos disparos casi simultáneos, sin resultado desagradable para los contendientes. Sólo después del segundo disparo de ambos y en esta ocasión la bala disparada por Álvarez causó una leve lesión en el costado derecho a Varona Murias sin que los padrinos contrarios se apercibieran de ello. El combate continuó, manteniéndose serenos y tranquilos ambos combatientes.

Cargadas de nuevo las pistolas les fueron entregadas a los que tan valientemente se estaban jugando la vida sonando entonces la segunda palmada que ordenaba el tercer disparo. Al sentirse el estampido de las detonaciones Pascasio Álvarez contrajo el rostro en trágico gesto de dolor, y soltando la pistola, se llevó ambas manos al vientre, dando señales de desfallecimiento, por lo que Martínez Oliva corrió hacia él y extendiéndole un brazo le dijo: “Apóyese en él“.

En tanto esta escena se desarrollaba, Varona Murias fue palideciendo de manera alarmante, tanto, que Martínez Oliva gritó: “¡César, Jerez, acudan a ver a Pancho!“, diciendo éste cuando ambos se le acercaron: “No estoy herido“, y entregando a uno de ellos el arma, que aún sostenía en la mano. Sus padrinos le dieron entonces que se marchara, lo que no realizó Varona Murias sin antes solicitar de los padrinos del contrario la autorización para hacerlo.

Pascasio Álvarez, en tanto, era reconocido por los médicos, apreciando estos que presentaba una herida de unos ocho centímetros en el octavo espacio intercostal a nivel de la línea axilar, herida que produjo por la intensa hemorragia interna que le ocasionó momentos después la muerte.

Las dos pistolas usadas en este duelo pertenecían al general Carlos Guas y Pagueras, que las conservó con devoción por haberse usado en uno de los duelos más famosos habidos en Cuba, entregándolas, años después como obsequio, a su profesor y amigo el maestro José María Rivas, director de la sala de armas del Capitolio, quien las conserva con amoroso interés.

Más duelos en la acera del Louvre

Otro duelo, surgido también en la Acera del Louvre, fue el que sostuvo el propio Varona Murias, con Agustín Cervantes, en la tarde del 24 de septiembre de 1888. El primero de ellos desconocía en lo absoluto el manejo de las armas, pues iba a los duelos confiado en su buena estrella y en su valor personal extraordinario. No ocurría lo mismo en cuanto a Cervantes, que era un gran tirador a más de ser un hombre muy valiente. El duelo que se concertó fue realmente peligroso pues se pactó a sable con filo, contrafilo y punta, en campo cerrado sin devolución de terreno y obligación de continuarlo hasta la completa inutilización de uno de los combatientes.

El duelo se llevó a cabo, actuando como juez de campo don Gonzalo Jorrín y resultando gravemente lesionado Varona Murias, que recibió una extensa herida en el antebrazo derecho, que interesó las partes blandas, llegando hasta el hueso del que saltaron varias esquirlas.

Para leer la segunda parte pinche aquí.