Grande merito el que envuelve a Cecilia Porras Pita, y que acaso la haya salvado del anonimato más absoluto, a su lira se debe la primera poesía que en suelo cubano se dedicó a la bandera de la estrella solitaria.

Sucedió en Cárdenas, el 19 de mayo de 1850, el general Narciso López había tomado Cárdenas, y ante la vista de la enseña nacional la joven, que vivía hacia cinco años en dicha ciudad, compone de a una aquella primera poesía.

Cecilia Porras Pita, primera mujer en cantarle a la bandera
Cecilia Porras Pita, primera mujer en cantarle a la bandera
LA BANDERA CUBANA
 En lienzo blanco y lustroso,
 con listas color de cielo,
 miro un triángulo modelo
 de rojo color, precioso.

 Es el Pabellón glorioso,
 causa de tanta querella;
 es nuestra bandera bella,
 que nos quiere saludar,
 y la Patria iluminar
 con la lumbre de su estrella.

Nació Ceciclia Porras Pita en La Habana -un dia y un mes no determinado por este articulista- en 1830, su vida va a estar marcada por la Patria, por ella entregó joyas, salud y sufrió además carcel.

Desgraciadamente es sumamente escasa la información que sobre ella se puede encontrar por lo que -como ya hicimos en el artículo de Fermina de Cárdenas– los párrafos que siguen son tomados del libro «Álbum pictórico fotográfico de escritoras y poetisas cubanas» de Domitila de Coronado.


Nació en la Habana el año 1830, y muy joven se casó con el señor don Manuel Valdés de la Torre. Ambos contrayentes, pertenecientes a familias de noble estirpe y elevada posición social.
Su hogar era un templo en que la virtud, el talento y el arte en consorcio casi divino, vivían encarnados en sus hijos: tres hembras, llamada la mayor Fé, otra Esperanza y la tercera Caridad; y un varón, llamado Manuel, como su padre; pero como sobrenombre familiar era más conocido por el de Lillo.
—¿Cómo, (dirán algunas personas) es posible que una dama de semejantes condiciones, desde una prisión escribía para su esposo una poesía tan patética e inspirada y tierna, como la que estas líneas preceden ? . . .
Lo breve que podamos, narraremos la causa que dio origen a tan cruel martirio: ¡sin hacer comentarios! Quitando al relato muchas asperezas, no sea que se crea revivimos grandes injusticias; ¡no! No sembramos cizaña, sino flores.
Pero es preciso recordar a la generación presente, y a las del porvenir, que si los cubanos pelearon en el campo del honor con las armas en la mano, la mujer cubana, como factor poderoso, ayudó con su influjo y esfuerzo en todo tiempo, a la libertad de su patria.
Al estallar la guerra de nuestra independencia, el 10 de octubre de 1868, con el grito de Yara, por el Libertador Carlos Manuel de Céspedes, se formó en los Estados Unidos de Norte América, una Junta Revolucionaria cubana de emigrados, para recolectar fondos con que sostener la guerra, y enviar emisarios a todas partes del continente americano, principalmente al latino-americano.
Cecilia, fué una de las primeras en contribuir al llamamiento patriótico que dicha Junta le hizo; y tomando de su rico cofre de joyas una cruz de gruesos brillantes, la envió con una cantidad de dinero. Por ese donativo se le designó en dicha Junta con el nombre de la «hermana Cruz».
Siguieron su ejemplo muchas damas, y por mediación suya, con gran sigilo, fueron enviadas riquísimas alhajas de perlas, brillantes, esmeraldas y otras gemas preciosas, para el noble fin.
El día 19 de Octubre de 1871, llegaron de Cayo Hueso (Estados Unidos) por la tarde, a la Habana, los emisarios cubanos Perfecto López, y los hermanos Manuel y Antonio Socarras: dirigieron sus pasos a la casa de la señora Porras Pita de Valdés de la Torre, pidiéndoles los alojara por sólo la noche de ese día.
Ausente el esposo de Cecilia, en Guanajay, provincia de Pinar del Río, no creyó prudente acceder a tal petición. Pero fué a la calle de Neptuno número 104, donde vivía su cuñado don Manuel María Martínez, rogándole alojara a los referidos jóvenes, y fué complacida.
Durmieron allí esa noche; y cuando salían al día siguiente, 20, ya una turba de soldados voluntarios los acechaban con armas, y policías con palos; trabándose a tiros y golpes una batalla campal entre agresores y agredidos; cayendo muerto Antonio Socarras; Manuel pudo huir, y Perfecto López fué atado y conducido a la cárcel.
Denunciada Cecilia, como encubridora, fué presa, y llevada al siguiente día a la casa de Recogidas, a pie, entre guardias, y encerrada en un calabozo, del que la sacaron ^a la una de la madrugada, el 26 de octubre, para conducirla ante el Consejo de Guerra sumarísimo, constituido en la cárcel, como era costumbre, presidiéndolo el coronel don Luis Guajardo, y actuando como fiscal don Simón Ruiz de Luzuriaga. Fueron sentenciados en este orden: Perfecto López, a la pena de muerte en garrote vil, al siguiente día 28, y Manuel Socarras, igualmente, cuando fuese capturado.
Cecilia Porras Pita de Valdés de la Torre, a seis años de prisión en la Cárcel de Mujeres, o sea las Recogidas.
Don Manuel Martínez, a seis años de presidio.
Don Antonio Valdés de la Torre, a dieciocho meses de prisión.
El portero de la casa de la señora Porras Pita de Valdés de la Torre, y una criada de la misma, declararon en el Consejo de Guerra,

– Que la señorita Esperanza había quemado en días anteriores muchos papeles». Presa esta joven, fué también llamada a declarar y dijo:
— ¡Es verdad; pero eran cartas que yo guardaba de un novio que tuve, y con el cual rompí las relaciones por obedecer a mis padres!…
Como esta joven era menor de catorce años, y sostuvo su actitud con toda candidez, quedó en libertad.
Se dictó el embargo de todos los bienes de los reos, que a las cinco de la mañana tornaron a sus prisiones.
Los periódicos del día 27, cuyos ejemplares tenemos a la vista, relatan con lujo de detalles dolorosos, este asunto; y no hemos querido reproducirlos: no obstante, todos dicen, con iguales o parecidas frases, que tomamos de la «Voz de Cuba», del 27 de octubre de 1871:

Terminado el Consejo dirigió la palabra a los que lo formaban, la señora Cecilia Porras Pita de Valdés de la Torre, lo cual hizo en correctas frases, y con notable serenidad.

¡Los sufrimientos de la familia Valdés de la Torre, fueron inenarrables, durante estos sucesos… iban agotando la salud y Jas fuerzas de la cautiva también.
No sabemos quien, algunos meses después de los sucesos ocurridos, compuso una canción titulada «La Presa Enferma«, música y letra que se hizo por su mérito tan popular, que por todas partes resonaban sus ecos, y eran oídos con enternecimiento.
El jovencito adolescente Lulo, hijo de Cecilia, que poseía una voz preciosa, bien timbrada y ajustada a los preceptos del Arte, aprendió la canción.
Sin comunicar a nadie su plan, se vistió un día correctamente, y fué al palacio de los capitanes generales. Gobernaba a Cuba, don Blas Villate, Conde de Valmaseda.
Al recibirlo uno de los ayudantes del general, le sorprendió la insistencia con que le pedía anunciara su visita al Conde; y no le dijera poco más o menos que motivo lo llevaba allí. Por fin, le fue concedida la audiencia.
Como era natural, algo embargado por la emoción ante el general; pero sin cortedad, y haciendo un esfuerzo, cuando él le preguntó:
— ¡Vamos a ver, en qué te puedo complacer.
—General, en que me permita usted cantar en su presencia
una canción.
—¿Eres artista?
—No, señor; soy estudiante y cuando esté bien preparado estudiaré la carrera de leyes.
—Muy bien; y ¿quién te acompañará para que cantes?
—Yo mismo, si usted me permite sentarme ante el piano del salón de recibo.
—Vamos, pues—dijo—y dio orden al ayudante de que dijese a la señora Condesa fuese al salón y llevara a su hijo Arturo, que a la sazón contaba nueve años.
Sentóse Lilla ante el magnífico Pleyel; y los espectadores al oír los acordes que las blancas y finas manos arrancaron al teclado, concentraron toda su atención.
Entonó la canción el improvisado filarmónico: parecía tener un ruiseñor en la garganta ¡Aquel canto era la voz de un ángel que imploraba la libertad de una «Madre enferma, de sus hijos separada».
Todos se conmovieron visiblemente, lo aplaudieron con entusiasmo, y el conde se dio cuenta de lo que aquella escena significaba, y llamándolo a su lado, le dijo:
—¿Cómo te llamas?
-Manuel Valdés Pita; soy el hijo de «la presa enferma»; he venido a implorar su libertad por este medio, porque sé le gusta a usted mucho la música.
—Bien; mañana ven para entregarte la orden de traslado de donde está, por la de destierro a Isla de Pinos, preventivamente; y pronto será indultada; quiero que seas mi amigo, y de Arturito.
Todo lo prometido se cumplió; pero salió enferma, herida de muerte; hasta que por iin, en 1899, murió con la satisfacción de ver triunfante la <~ausa que defendió con tan santo amor.
Nunca aspiró a la conquista de nombre y gloria literaria, bien merecida; y por eso y su heroica vida, tenemos la satisfacción de ¡clocar sus obras y nombre, como una de las mujeres que honran a Cuba para gloria de sus nobles hijas, hoy matronas venerables;
entre ellas la dulce y talentosa Esperanza, modelo sublime de amor filial, acompañando a su madre en la prisión.

Tres poemas de Cecilia Porras Pita

DESDE LA PRISIÓN
 A MI ESPOSO.
 Rompe las rejas mi atrevida lira
 y atravesando guardias y cerrojos,
 el aire libre del espacio aspira
 y va del sueño a separar tus ojos.

 ¿Qué nos importa que el destino fiero
 separe nuestros cuerpos este día,
 cuando las almas, dulce compañero,
 juntas están en plácida armonía?

 Levanta alegre tu cabeza altiva;
 disipa en tus natales el nublado,
 pues si en 'este lugar estoy cautiva,
 ¡vine en el carro del honor sagrado!

 Recuerda, sí, que en la prisión mi frente,
 serena se levanta, sin mancilla,
 y que de nuestra-fe la llama ardiente,
 intacta y pura como siempre brilla.

 Pues la blanca corona de azahares
 que en mis sienes ciñera el himeneo,
 hoy revive a pesar de los pesares,
 y el mismo siempre en mi ilusión te veo.

 Si de mi lira las marchitas flores
 descoloridas ves en tu mañana,
 recuerda que la flor de tus amores
 vive en mi corazón fresca y lozana.

 En esa flor que el tiempo ha respetado,
 no clava el huracán su dardo fiero,
 porque guarda en su cáliz perfumado
 la esencia eterna del amor primero.

 Y hoy que la dulce Caridad derrama
 su bálsamo de amor sobre tu seno,
 y de su corazón la santa llama
 te ofrece pura en tu natal sereno.

 Y si con manto de esmeralda y oro,
 una beldad diviso en lontananza,
 que me dice cantando en suave coro:
 traigo tu libertad, soy la Esperanza.

 Y el ángel de la fe sus blancas alas
 posa sobre nosotros conmovido
 y olvidado del mundo y de sus galas
 este inmundo lugar ha embellecido.

 Si brilla en el jardín de nuestra vida
 el último botón de mis amores,
 do ves tu juventud reproducida
 en "Lillo", que saluda tus albores.

 Y que más puede alborozar tu pecho,
 si vive en tus afectos para amarte,
 y llegan impalpables a.tu lecho
 las flores de mi alma a coronarte!

 ¡Rompe del sueño la confusa puerta,
 que te espera el amor de tu familia,
 y recuerda, Manuel, que te despierta
 el canto fiel del Arpa de Cecilia!

Al gran tribuno José Antonio Cortina
 Al plácido reflejo de un lucero
 Rompió su broche perfumado lirio,
 Y en un sepulcro como blanco cirio,
 Tembló, al sonar un eco lastimero.

 Era de Cuba el místico suspiro
 Que dobló de la flor el fresco tallo
 En esa losa donde triste miro
 Un pueblo entero en lánguido desmayo.

 Circundada de estrellas luminosas
 La patria envuelta en su crespón de duelo,
 Hoy exhala sus quejas dolorosas
 Que abren las puertas del augusto cielo.

 Lloremos ¡ay! con ella los cubanos
 Su defensor ardiente y decidido,
 Que rotas mil cadenas por sus manos,
 Alzó la frente en la tribuna erguido.

 ¡ Oh ! triste y venerado aniversario;
 ¡ Oh! memoria indeleble de Cortina,
 En su helado sepulcro solitario
 La dulce libertad su frente inclina. 

 Las lágrimas que brotan de mis ojos
 Revivan tu memoria, hermano mío,
 Y en las flores que cubren tus despojos
 Desciendan como gotas de rocío.

 Hoy hace nn año, su memoria triste
 Aquí nos une en riguroso duelo,
 El fogoso patriota ya no existe,
 Perdió mi Cuba un astro de su cielo.

 Como el sol se recoge en Occidente,
 Espléndido, brillante y majestuoso,
 Así Cortina, su radiosa frente
 Dobló en la tumba con valor grandioso.

 De inspirados y clásicos poetas
 Irán tan sólo a contemplar la gloria
 Estas pobres y tímidas violetas
 Que consagra mi lira a su memoria.

 Es mezquina mi ofrenda, pero lleva
 En su blando perfume sentimiento
 Y la santa oración que el alma eleva
 Con la fe que ilumina el pensamiento.

 Mientras él goza en la suprema gloria
 El premio para el justo prometido,
 Hoy graba Cuba en su brillante historia:
 ¡ JÓSE ANTONIO CORTINA, NO TE OLVIDO!

 Bajo mi cielo azul y entre palmeras,
 Yo te alzaré con mágico decoro,
 A la sombra de ceibas altaneras,
 Regio sepulcro de alabastro y oro.

EN EL DÍA DE MI SANTO
 ¿Qué importa que no tenga yo este día
 rosas, claveles, lirios ni azucenas,
 y que entre rejas, nublos y cadenas,
 hoy aparezca la alborada mía?

 ¿Qué importa—¡oh, Dios!—que la car alia impía
 vierta sobre mi ser a manos llenas,
 un torrente de oprobios y de penas,
 burlándose, cobarde, en mi agonía!

 Si hoy en mi alma como blanco cirio
 arde la clara luz de mi conciencia,
 si está mi corazón, cual fresco lirio.

 Si bendice la santa Providencia
 la sublime corona del martirio,
 que en mis sienes coloca la Sentencia.