En una pequeña casa de la calle Águila, No. 822 (actual) que corresponde hoy al municipio Habana Vieja, nació el célebre violinista Claudio José Domingo Brindis de Salas, quien fuera conocido, en virtud de su talento, como «el Paganini Negro» o el «Rey de las Octavas».

El inmueble sufrió numerosas modificaciones a lo largo del tiempo: sus puertas y ventanas originales fueron reemplazadas y la fachada quedó casi por completo cubierta de azulejos negros. Sobre estos, y a una altura que ha favorecido su conservación, existe una tarja de bronce que advierte a los transeúntes de la importancia histórico – cultural del inmueble, en la que se puede leer:

«Aquí nació el 4 de agosto de 1852 el genial violinista Claudio José Domingo Brindis de Salas y murió en Buenos Aires en 1910.

Homenaje de la Orquesta Sinfónica de La Habana

1929″


Casa natal de Claudio Brindis de Salas

Aspecto actual de la casa natal de Claudio Brindis de Salas en la calle Águila No. 822. Su padre Claudio Brindis de Salas fue también un notable violinista y poeta.


Claudio Brindis de Salas, el «Paganini Negro»

Claudio José Brindis de Salas se presentó por primera vez al público en el Liceo de La Habana, cuando apenas tenía diez años de edad. A partir de entonces se convertiría en un verdadero trotamundos que dividiría su arte entre América y Europa hasta el día de su muerte, acontecida el 2 de junio de 1911 en Buenos Aires, Argentina.

Su inigualable talento hizo que sus contemporáneos le llamarán el «Paganini Negro» y lo colmaran de honores: en Prusia fue condecorado con la Cruz del Águila Negra y en Francia se le otorgó la Legión de Honor.

Sello de Brindis de Salas, (tomado de hojasdeprensa/blogspot)

El Káiser Guillermo nombró a Claudio Brindis de Salas como Barón de Salas; un acto que hubiese sido impensable en la sociedad esclavista cubana en la que le tocó nacer, por más que su abuelo hubiese servido en los reales ejércitos y su padre (músico como él) gozara del favor de las más pudientes familias habaneras.

Casado con una alemana, obtuvo la nacionalidad de ese país en el que vivió por largos años. Sin embargo, padecía de frecuentes ataques de nostalgia y melancolía (que era como antaño llamaban a la depresión) por lo que decidió embarcarse de nuevo con rumbo a América.

Los últimos años de la vida de Brindis de Salas transcurrieron, con suerte dispar, en Argentina. Allí, en Buenos Aires, donde llegaron a regalarle un Stravidurius. La prensa internacional se hizo eco de su fallecimiento de la siguiente forma:

En una casa de huéspedes del Paseo de Julio, de Buenos Aires, fue recogido por la Policía el cadáver del famoso violinista Brindis de Salas, que ha muerto pobre y olvidado de cuantos en vida le hicieron calurosas ovaciones.

De la Asistencia Pública, donde fue recogido, fue trasladado el cadáver a la redacción de la popular revista P.B.T, en donde, de acuerdo con el señor cónsul de Cuba, y la colectividad de la Antilla, se rindió el homenaje de turno al gran artista.

El entierro ha sido una verdadera manifestación de duelo. En el largo cortejo figuraban el cónsul y la colonia cubana, la redacción de P.B.T, el tenor Constantino y muchas personas que en vida fueron admiradores del artista.

El señor César Maureso, emocionadísimo, y en sentidas palabras, dedicó a Brindis de Salas los últimos homenajes que eran debidos a sus pasados triunfos, olvidados hasta el extremos de haberle llegado la hora de su muerte en la más espantosa miseria.

La prensa argentina dedica a Brindis de Salas artículos necrológicos muy sentidos. Descanse en paz el insigne artista cubano.

Periódico El País, Madrid, 28 de Junio de 1911

En 1930, durante el gobierno del general Gerardo Machado, sus restos fueron repatriados a Cuba e inhumados en el Panteón de la Solidaridad de la Música Cubana en el Cementerio de Colón. Alrededor de esa fecha se le realizarían en su tierra natal varios homenajes, como la colocación por la Orquesta Sinfónica de La Habana de la tarja en su casa natal de la calle Águila.

A iniciativa de la Oficina del Historiador de la Ciudad, sus restos fueron trasladados desde la Necrópolis de Colón hasta el antiguo Convento de San Francisco de Asís y colocados en una urna de bronce.