Continuación de Armando André, el hombre que intentó volar el Palacio de los Capitanes Generales (para leer la primera parte pinche aquí y segunda parte aquí).

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Una vez dentro llegó hasta la galería interior, que circundaba el patio con la estatua de Cristóbal Colón, giró a la izquierda con paso natural hasta llegar a la zona de los baños. Solo entonces respiró profundamente, mientras depositaba en el suelo, con suma delicadeza, la pesada caja. Se trancó como pudo en un cubículo y con el puro en la boca pasó a prender la mecha.

Dejemos que sea el propio Armando André el que cuente el desarrollo de la situación:

Esta humeaba al arder, produciendo un sonido seco como el de un escape de vapor y exhalaba un olor a azufre insoportable. Abandoné enseguida aquel departamento dejándole cerrad y crucé el corredor con dirección a la puerta por donde había entrado, pero hube de confundirme un poco, e inadvertidamente entré en una oficina de militares.

Uno de ellos me salió al paso, preguntándome:

-Dónde va usted?

-Para afuera, dije. Y me señaló la salida por la puerta principal que da a Plaza de Armas. En ella había una guardia de voluntarios que ni se fijó en mí, y al fin respiré en la calle.

A la sazón cruzaba un coche de plaza y me metí en él.

-¡Parque de San Juan de Dios!, grité al cochero, que tomó por la calle Mercaderes y ya frente al Colegio de Abogados sentí la tremenda explosión. Un tronido que estremeció el espacio y el coche donde iba.

¡Ya!, me dije. Experimentando un desahogo, y miré por la ventanilla para gozar en la contemplación de una nube de polvo y la desaparición del Palacio, que era el resultado que esperaba. Pero una zozobra cruel vino a sustituir mi alegría, el Palacio se erguía aún grave e imperturbable … ¿Qué habría pasado?

El destrozo total del departamento de inodoros no fue suficiente, algunos tabiques contiguos habían caído y por el suelo estaban esparcidas las ventanas y los vidrios pero el resto de la estructura permanecía en pie. El propio Armando André volvió a revisar la situación, en medio de los disturbios y la muchedumbre curiosa pudo percatarse que no habían daños mortales, ni siquiera un rasguño en la parte superior de la estructura.

Con posterioridad se supo que el General Weyler y sus jefes del Ejército, reunidos además con varios periodistas, habían sentido el estruendo pero sin recibir daños.

plaza de armas 1895
Plaza de Armas en 1898, con el Palacio de los Capitanes Generales al fondo

Las constantes vicisitudes sufridas por la misión la habían condenado al fracaso desde el inicio. La dinamita utilizada apenas llegaba al 10% de sustancia explosiva, haciendo de la misma un material casi inofensivo, disponible a la venta al por menor en Estados Unidos. El Dr. Montero, desconocedor de este hecho la había comprado creyendo que era material de guerra cuando se vendía con el fin de realizar pozos y talas de pequeñas arboledas.

Armando André, un hombre a prueba de infortunios

André se subió al primer barco y salió con destino a Cayo Hueso. El presidente Tomás Estrada Palma lo recibió en Nueva York y tras felicitarle le aseguró que si insistía en su misión contaría con todo el apoyo del exilio mambí. La realidad era otra, no había dinero suficiente, pero sí dinamita, la misma que no había sido suficiente con anterioridad, así que Armando se plantó, no se jugaría la vida con una dinamita que no valía. Le explicaron que una más potente podía explotar en el propio barco y aceptó llevar la rebajada, que se compraba en las ferreterías, si se conseguían grandes cantidades de la misma.

En La Habana todo había cambiado, el chivato Miguel Beato Betancourt había delatado a gran parte de la junta, pero no a Armando que pudo entrar en la ciudad gracias a su condición de ciudadano americano. La alta seguridad en el Palacio y alrededores hacía imposible intentar el plan primigenio, sin dinero para adquirir el café/fonda «El Correo» alguien sugirió que Valeriano Weyler gustaba de dar paseos por el Prado vestido de paisano. Lo vigilaron para atentar contra su vida pero nada se consiguió de esta vigilia.

Seguían cayendo buenos hombres víctimas de la delación y la falta de recursos no auguraba ninguna novedad que permitiese una explosión a gran escala. El Asturiano propuso cortar el suministro del gas y aprovechando la oscuridad reinante desatar el caos en la ciudad mediante pequeñas bombas de hierro vivo y petardos. Se decidió entonces acometer este plan en La Habana y Guanabacoa, para desde la propia Guanabacoa, y aprovechando el caos, partir a la manigua.

» a la Revolución le faltaron elementos, pero le sobraron traidores»

Armando André Alvarado

El 13 de junio no fue viernes, cayó sábado, pero el infortunio fue el mismo. Se decidió proceder con el plan de explotar la cañería maestra del gas, por la zona más alejada del centro de la ciudad. La dinamita de baja calidad sería compensada con una mayor cantidad de la misma y se colocaron dos bombas. La primera en el Puente de Concha y la segunda en el Puente de Cristina. La tubería estaba recubierta por una capa de mampostería más gruesa de lo estimado, la explosión reventó solamente la capa protectora y no llegó a crear ningún daño en el tubo. Otro fracaso para la tropa inquieta de Armando André.

mapa de pichardo a color 1881 bombas
Plano aproximado de las acciones en los Puentes de Cristina y Concha

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Última tentativa

En la Calzada del Monte, número 300 el Asturiano, quién sino, dio con un mecánico y hojalatero de nombre Ramón Pinillos que había sido empleado instalador de la Empresa de Gas. El hombre los guió a una ubicación en Hacendados, a 500 metros de la fábrica de Gas, bajo un pequeño puente de madera había, enterrada en la cañada cenagosa, un tramo de la tubería que no contaba con ninguna protección de mampostería.

En campo descubierto, sin demasiado movimiento nocturno, aquel era el lugar soñado para realizar la acción de sabotaje. Pusieron toda la dinamita en una bomba que el propio Pinillos fabricó de latón muy grueso, cilíndrica y con 30 pulgadas de largo por 6 de diámetro; casi 20 libras de dinamita en aquel artefacto destinado, como no, al fracaso.

Se eligió la noche del 28 de junio y se preparó todo, la bomba depositada en el sitio por Armando André y el Asturiano, dispusieron la mecha a 25 minutos y escaparon a todo galope hacia La Habana. Pasó una hora y nada ocurrió. Decidieron regresar con precaución para descubrir que la mecha no funcionó. Hasta tres noches repitieron la misma estrategia hasta que decidieron revisar la dinamita para comprobar que era puro aserrín.

El enfado de Armando André fue tremendo, se había jugado, otra vez, la vida para nada. En medio de su enfado marchó a la manigua. La Junta no permitió que el Asturiano fuese con él y quedó en la ciudad. La célula ubicada en La Habana fue apresada casi en su totalidad y sufrieron múltiples torturas hasta el final de la guerra.

Armando André, primera víctima política del Machadato

Tres meses justos habían pasado desde la toma de posesión como presidente de Gerardo Machado cuando dos individuos, armados con escopetas de caza y cartuchos de balines, dispararon contra la anatomía de Armando André, asesinándolo frente a la puerta de su casa en la calle Concordia 111. Era la madrugada del 20 de agosto de 1925 y sería considerado el primer asesinato político de la dictadura de Machado, inmortalizado por las crónicas de la época como el Asno con Garras.

Armando André

El veterano mambí se desempeñaba como periodista y director del diario «El Día» y salió de las dependencias del periódico sobre las 2 de la madrugada tras cerrar la edición del día 20 de agosto. Tras realizar varias diligencias se disponía a ingresar a su casa cuando la llave se escurría en el llavín, le habían aplicado jabón para que no pudiese entrar con facilidad permitió a los asesinos tener el tiempo suficiente para dispararle al antiguo Comandante del Ejército Libertador, desarmado e indefenso.

Las investigaciones arrojaron los nombres de los oficiales de la secreta J. Vasallo y Amparo González. No fueron suficientes las quejas por parte de los periódicos de la época que se opusieron a dicho hecho para juzgarles y quedaron impunes en un primer momento.

El motivo del asesinato fueron ser las continuas críticas al régimen de Gerardo Machado, en concreto a la vida personal, llena de queridas y apuestas, del sátrapa. La más reciente de las caricaturas del periódico El Día en aquellas fechas mostraba una imagen del entonces presidente, devenido dictador, regando una flor; alusión directa a la última, y no escondida, amante de Machado que se nombraba Flor.