El siglo XIX fue el del despertar de las letras cubanas. Los jóvenes y finos criollos, como Ramón de Palma y Romay, hijos de una intelectual sacarocracia que comenzaba a desplegar sus alas se desprendieron de la vieja España en los modos literarios, aunque siguieran atados a ella de la más diversas formas.

Joaquín de Palma Romay, nació en La Habana el 3 de enero de 1812. Estudió latín, filosofía y jurisprudencia en el Seminario de San Carlos; y, desde muy joven comenzó a escribir y ejercer el oficio de maestro.

En 1837 se estableció en Matanzas para dirigir el Colegio La Empresa, en el que permaneció hasta 1841.

Durante esos años publicó, junto a José Antonio Echeverría, el Aguinaldo Habanero, donde dio a conocer algunas de sus composiciones. En 1838, con el mismo Echeverría, fundó el periódico El Plantel, y al año siguiente comenzó a trabajar en la redacción de El Álbum.

Fue Ramón de Palma, como casi todos los intelectuales habaneros de la época, un habitual de las famosas tertulias literarias que ofrecía en su casa Domingo del Monte.

En 1842 Ramón de Palma se graduó como abogado – profesión que detestó toda su vida y que sólo ejerció como una forma de mantenerse – y tres años después publicó en el Diario de la Marina su rara novela El ermitaño del Niágara, al mismo tiempo que colaboraba en Rimas Americanas, Diario de La Habana, El Artista, Diario de Avisos, Revista de La Habana y el propio Diario de la Marina. Una parte de estas colaboraciones aparecerían firmadas por su seudónimo Bachiller Alfonso de Maldonado.

El Romántico Ramón de Palma

Más hijo de su época que de sus padres, Ramón de Palma fue un romántico por excelencia: Ejerció la abogacía, una profesión que odiaba, para mantenerse económicamente, pero siempre soñó en ganar dinero como escritor, lo que en el siglo XIX cubano sólo podía ser un sueño.

Aquellos que le conocieron lo describen como de modales desembarazados, alta estatura, cuerpo atlético y practicante habitual de deportes como la esgrima y la equitación.

También, y como era común en los romanticos: de carácter exaltado, amante de la querella y la discusión, propenso a los ataques de melancolía y dispuesto a batirse a duelo por cualquier nimiedad.

Sus Cantares de Cuba, donde esbozaba uno de los primeros estudios de la poesía popular cubana se publicaron en la Revista de La Habana en 1854.

Al año siguiente sufriría prisión por sus ideas anexionistas y al ser puesto en libertad trabajaría hasta su muerte, ocurrida el 21 de junio de 1860, como secretario del Camino de Hierro de Villanueva.