Cuando la mujer era sólo una voz en el desierto se alzó Ana Betancourt en Guáimaro entre la legión de héroes en para reclamar los derechos que les negaba una sociedad patriarcal.

Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte nació el 14 de enero de 1833, en Puerto Príncipe, Camagüey. Hija de Diego Betancourt y Ángela Agramonte Aróstegui, una de las parejas más distinguidas de la ciudad, fue educada como casi todas las jóvenes de fina cuna, en el manejo de las tareas del hogar, el canto y el piano. De ella escribiría admirado el Marqués de Santa Lucía:

«(…) una de las mujeres más elegantes y cultas, llamada en la patria de los Agüero y Agramonte a figurar en la alta sociedad, no solo por las prendas con que la naturaleza la adorna, sino por su fino y amable trato social».

A los 21 años contrajo matrimonio con el joven hacendado Ignacio Mora, uno de los 76 camagüeyanos que el 4 de noviembre de 1868 lanzaría el grito de «!VIVA CUBA LIBRE!» en el potrero de Las Clavellinas.

Desde ese entonces su casa se convirtió en punto de reunión de los complotados contra España y centro de avituallamiento de los insurrectos, hasta que el avance español obligó a Ana Betancourt a buscar refugio en la manigua junto a su esposo.

Ana Betancourt, la voz entre los héroes

Mujer de ideas notablemente avanzadas para su época, Ana Betancourt ha pasado a la historia como uno de los paradigmas de la emancipación femenina en Cuba, cuando durante la Asamblea de Guáimaro tomó la palabra, y de pie entre los constituyentes exigió que en la naciente Carta Magna se refrendaran los mismos derechos para mujeres y hombres.

Parada de puntillas en la tribuna esa noche del 14 de abril de 1869, en presencia de Céspedes, Agramonte, Cisneros y tantos y tantos héroes pronunció el más atrevido de los discursos:

«Aquí todo era esclavo: la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer».

Ana Betancourt de Mora en 1884
Ana Betancourt de Mora en 1884

La pasión con que Ana defendió su posición ante los representantes de Cuba en armas, le ganó sonoros aplausos y simpatías… que al final resultaron ser sólo condescendencia, porque nada de lo que pidió la camagüeyana para las mujeres quedaría recogido en la Constitución de Guáimaro.

Tras casi tres años de privaciones en el monte, Ana Betancourt e Ignacio Mora fueron sorprendidos en Rosalía del Chorrillo por una tropa española. Él consiguió escapar, pero ella fue hecha prisionera por los españoles que la mantuvieron tres meses viviendo bajo una ceiba en medio del campo como cebo para atrapar a Ignacio. Allí soportó todo tipo de privaciones y humillaciones por parte de sus captores que le hicieron pasar, incluso, por un simulacro de fusilamiento.

Enferma de tifus, logró huir de sus captores con la inesperada ayuda de un oficial español que se compadeció de ella y se dirigió a La Habana, donde embarcó hacia México, país desde el que pasó a los Estados Unidos.

En el país norteño logró una entrevista con el presidente Ulysses Grant, al que rogó intercediera por los estudiantes de Medicina que, finalmente, serían asesinados por el gobierno colonial español, tras un ridículo proceso judicial.

Tras el asesinato de los estudiantes Ana Betancourt se estableció en Jamaica, donde se ganó la vida como obrera y maestra. Allí recibió la devastadora noticia del fusilamiento de su esposo, quien casi baldado había caído prisionero del enemigo.

Ana Betancourt nunca se recuperaría del infinito dolor que le provocó la muerte de Ignacio Mora; sobre todo, cuando de vuelta en Cuba, una vez concluida la guerra, tuvo acceso al diario de guerra de su esposo que estaba en poder del general español Juan Ampudia, y conoció todas las privaciones y miserias que este había soportado en la campaña por defender su ideal de independencia.

Desolada, marchó Ana Betancourt al exilio voluntario por segunda y definitiva vez. Primero se estableció en Nueva York, Estados Unidos, y a partir de 1889 en Madrid, España, donde falleció el 7 de febrero de 1901 sin la dicha de poder ver a Cuba convertida en República,

Sus restos serían trasladados a La Habana el 26 de septiembre de 1968 y definitivamente inhumados en abril de 1982 en el mausoleo que le erigió el pueblo de Guáimaro, donde su voz se había alzado entre la legión de héroes para reclamar los derechos de la mujer.