Amelia Peláez del Casal (Yaguajay 1896- La Habana 1968) se erige con su pincel vanguardista como la máxima expresión femenina de la plástica modernista en la primera mitad del siglo XX cubano. Junto a Wilfredo Lam y René Portocarrero está considerada entre los creadores trascendentales de dicho período en la Isla.

Los rasgos de sus obras plásticas y cerámicas son reconocibles para cualquier cubano, incluso para los que no conocen su nombre, pues consiguió trascender el fondo del medio en que se expresa y las formas técnicas entendibles solo por los expertos para dotar a su obra de una identidad reconocible por su cubanía. Sería José Lezama Lima, gran amigo de su familia, quien al presentar su exposición plástica “El Arte en Cuba” en la Universidad de La Habana en 1940 la definió con el mejor de los acompañamientos posibles “su obra es la hostilidad entre la carnalidad y la estructura”.

Amelia Peláez desde Yaguajay hasta París, pasando por Romañach

Esa percepción del arte de la pintora es la consagración de una evolución constante en su obra, llegó a la capital a punto de cumplir los 20 años y con las postales de campo muy presentes. Matriculó en la Academia San Alejandro y fue acogida con entusiasmo por el eminente profesor, y considerado último pintor colonial, Leopoldo Romañach. Bajo su influencia adaptó de este el tradicionalismo de la pintura paisajística española.

amelia Peláez casal paisaje de puentes grandes 1926
Paisaje de Puentes Grandes, año 1926.

Pero Amelia, que sufría de dificultades auditivas que le convertirían en una persona alejada de los focos innecesarios, sentía que ese estilo artístico no expresaba su identidad, en busca de los medios para desarrollar su propia expresión personal se fue a New York para finalmente tomar rumbo a París, en un viaje definitorio para forjar su particular estilo pictórico y su interpretación cerámica. 

París, ciudad de la luz y centro del arte de vanguardia

Amelia Peláez y Lydia Cabrera en ruta a París 1930 (y nadie diría que son bellezas)
Amelia Peláez y Lydia Cabrera en ruta a París, 1930. Con Lydia mantendría una correspondencia fluida hasta sus últimos instantes de vida.

En París bebió de los postimpresionistas, Matisse y el cubismo referencial de Pablo Picasso. Con ese ímpetu de reinterpretar los conceptos aprendidos con colores tropicales imposibles de imaginar para un europeo que no los hubiese vivido, como hizo Amelia, desde su niñez. Mostrando una madurez notable se mantuvo permeable a las corrientes contemporáneas pero sin zambullirse del todo en ninguna, tomándolas no más que como referencias puntuales que le permitían explorar su capacidad creativa y desarrollar nuevos trazos que en La Habana le hubiesen sido inalcanzables.

Las pinturas de Amelia resultaron demasiado euro-vanguardista para su primer tutor, el fabuloso Romañach, tras volver a mediados de los años 30 de su estancia de 7 años en París, razón por la cual tomaron distancia el uno del otro.


El influjo ejercido en ella a raíz de las tertulias que realizaba con la pintora cubista Alexandra Exter, junto a sus estudios en la Academia Chaumiere y en la Escuela Superior de Bellas Artes fueron definitivas para que la cubana comenzara a abrazar un nuevo estilo, que se manifestó en su primera exposición París (1933). Tras ser bien acogida decidió volver a su país para establecerse en el hogar familiar de las calles Tomás Estrada Palma y Juan Bruno Zayas, donde terminaría teniendo su taller cerámico alrededor del año 1955. 

El regreso a la isla y su relación con Lezama Lima

Amelia Peláez era sobrina de Julian del Casal, y debido al interés por la obra de este, Lezama comenzó a frecuentar la mansión familiar. Sus conversaciones con Elena Peláez, madre de la pintora y hermana del poeta, se tradujeron en un ensayo remarcable y en una “Oda a Julián del Casal” pero el célebre escritor halló una genuina reliquia artística en la pintora. Fue desde entonces colaboradora recurrente en las Revistas lezamianas, incluidas las cuatro portadas que firmó para Orígenes, la última (3 foto a continuación) de ellas perteneciente al número de enero de 1953 que celebraba el centenario del natalicio de José Martí.


Amelia Peláez no tuvo una integración tan directa con el universo origenista como si lo tuvieron otros artistas de la vanguardia plástica (Mariano Rodríguez o René Portocarrero) y del ámbito musical (Julián Orbón), activos en cuanta reunión se convocaba del grupo origenista pero esto no demerita el influjo que tuvo en los poetas y escritores de esta generación de amplia gama de expresiones artísticas.

Su carácter reservado y su afán innovador la mantenían largas jornadas de trabajo en su residencia particular, sobretodo tras 1950 cuando se volcó en la exploración de la cerámica y los murales.  El siguiente video hace un rápido repaso de su evolución en el mundo de la cerámica.


Años finales y enfermedad

Tras enero de 1959 decide permanecer en Cuba, esta decisión provocó cierto olvido por parte de las élites culturales de europa y norteamerica. Aunque se mantuvo activa en un intercambio contínuo en forma de exposiciones fuera del país, perdió cierta referencia de las innovaciones técnicas de sus contemporáneos. Pese a ello se mostraba eufórica cada vez que visitaba Europa y veía los avances del mundo artístico, fue una artista amante del arte más allá de los intereses directos que podrían influenciar su obra.

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Amelia Peláez en su casa. Al fondo la zona que usaba para dibujar. En nuestro grupo de Facebook varios post recuerdan las maravillas de su casa ubicada en la calle Estrada Palma, en una zona que no pone de acuerdo a nadie sobre si pertenece a Santo Suárez o la Víbora, aunque ella firmaba en sus cartas poniendo La Víbora.

La salud empezó a abandonarla en la década de 1960, tuvo varios problemas serios que la llevaron a internarse varias veces en Suiza y Holanda para ser tratada, esos períodos la dejaban largas temporadas postrada en una cama, pero siempre volvía a su ciudad, a su casa y a su estudio del jardín, en una constante reinterpretación personal del arte y la vida. 

Amelia Peláez del Casal y su legado

Su aportación personal traspasa el mero ejercicio de expresionismo técnico evidenciado en la búsqueda de un sistema propio de expresión, un cubismo de tintes mediterráneos pero con la fiereza de los colores y las formas de la naturaleza tropical. Su formación en centros de estudios fundamentales en la época como Nueva York y París le permitieron forjarse los medios técnicos necesarios para expandir su particular cosmovisión latentes aún en las raíces de la plástica moderna cubana. En su honor se celebra la Bienal de Cerámica de La Habana Vieja. 

La empresa Artex ha sacado en los últimos años diversas misceláneas para el hogar con la obra de la pintora impresa en ellas. Amelia Peláez continúa ejerciendo de embajadora de la idiosincrasia cultural de una nación que ella ayudó a modernizar.